John morales

Hay un lugar (prosa)

Hay un lugar que está más allá de mis ojos, al aquilón de mi madre, y al agur de mi padre.
Hay un lugar que está más acá de mis labios; al oeste de mi verbo y al oriente de mi dolor.
Ese lugar es Chulucanas, el pueblo de mis pies descalzos, los que anduve en dulces tardes gualdas, bisbiseando entre bueyes y yuntas, un amor con sabor a hierba matinal.
Amor de sol a plena espalda sudorosa, cuando nadie sabe a dónde termina la tarde.
Un sabor con amor que ya se ha olvidado del amor.
¿Mamá puede saber?. Es posible.

Qué será de Javier, el joven que jadeaba de noche y soñaba de día, todas las lunas daltónicas que jamás miró.
O de Enrique, mi primo cojo, que andaba de lado por la vida, sin temor al terreno accidentado, viniendo en toda la extensión de sus extremidades a decirme: \"¡Levántate, que ya se ocultó el sol!\"

¡Oh Chulucanas!, con sabor a mango y a limón, y sin sabor de madre.
Estoy articulando gestos al unísono de mi melancolía, todo el recuerdo de esos años, y la ausencia de madre.

Oh Chulucanas, de ti partí con la pena de mis escasos años, pues la pena no está en la edad sino en la naturaleza del hombre.
Recuerdo mi casa, bajo el tejado alguna araña, a la que alguna vez tuve envidia, por ser libre en sus propias patas y en su mortal seda. Parecía una criatura mitológica viniendo a juzgar a quienes se condenaban en su sedal.
Recuerdo esa lluvia que mojó a mi gato, ése que me prestó alguna vida, cuando estaba muerto.
Pobre de mi felino, que ronroneaba de pecho y espalda un frío de soledad.
Y esa sierpe bíblica, la cual tenía miedo, la que tenía dos hijos, esa sierpe del bien, que casi mato con mi mal religioso.

La tristeza de mi casa me llegado exactamente a mis tuétanos ya difuntos del ayer.
Yendo hacia atrás y retrocediendo hacia adelante, en una hereje romería campesina.
Bandadas de pájaros lúgubres se interponen entre yo y mi otro yo, la vida del hombre se va de pronto en una lágrima de mujer, la que nos dá eso que llamamos vida.

Hay un lugar que huele a mango y a limón, pero...no tiene madre.


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David John Morales Arriola