Carlos Justino Caballero

EL LEGADO

 

 

La siesta revoloteaba en su esplendor

mientras el descanso nos prendía

en un sopor reparador de lo vivido

en esa mañana de luz.

 

El boscaje festejaba su nuevo estío

en chispeante adhesión, igual que el viento

que en bailes lo agitaba.

 

El río era muchedumbre de gotas que

alborozadas corrían tras los gritos

de niños en dicha excelsa y sana,

rezo de duendes.

 

Aún estaba lejos el brillo de la estrella

y avanzaba sin quejas la tarde

siguiendo el rumbo del patriarca

desde el cielo.

 

No había espacio para lágrimas ni llantos

ni hojas llevadas por el viento

ni ambarinos ni ocres depreciaban

el verde en brillos.

 

Era un preludio de lo eterno,

no estaban ni dolores ni surcos en el rostro

mitigados por lo feliz… mientras de cerca

miraba… esa sonrisa!