Hoy salí a caminar con un conocido que presume de mi amistad. Llegamos a un parque con vestigios verdes, era de noche, pero aun así había transeúntes jugando, hablando o simplemente merodeando. Nos dirigimos a una tienda cercana por unos cigarrillos, luego buscamos donde sentarnos. En efecto, nos dispusimos a encenderlos, y con el humo se nublo también mi calma, y sentí en los pulmones la nostalgia. Después de un corto mutismo, procedió mi amigo con la palabra. Él con orgullo y elocuencia me comento hasta el hastío sus logros de vida, todos y cada uno rosando el más banal absurdo. Yo fingí escucharlo y simular con mis gestos aceptación. Me contaba como compartía besos, se embriagaba desnudando cuerpos, pero jamás almas. Jactándose en arrogancia, cree que está viviendo, pero todo tan trivial, con una felicidad más hipócrita que el mundo.