Murialdo Chicaiza

ODA A EDUARDO KINGMAN

Eduardo, desde la posada de la soledad

pintaste la tristeza con colores vivos

que cubrían la muerte y la desolación

de nuestros indígenas.

Tus descomunales manos son la medida

de tu ancho corazón amante y preocupado.

Eduardo, irrumpiste con tu pincel

desnudando la oculta realidad del campesino

con cada trazo de tu espátula

esbozabas el dolor cobrizo de manos cansadas

de tiernas madres de oscuros ojos que abrazan

a desnutridos hijos de ojos oscuros.

Y está “el carbonero” de brazos de venas brotadas

de mirada perdida por el cansancio

la boca triste y el rictus extraño.

Y aún veo al hombre amarrado y desnudo

que ha recibido los latigazos

de enmascarados genocidas

de los dioses de la muerte y la oscuridad.

 

Eduardo, la mano de dios está desgarrada

la más descomunal de todas

muestra sus tendones rotos

desde donde brotan desolados esqueletos

y caballos asustados

acaso no es la mano de dios

son nuestras manos inactivas y muertas

porque el drama no ha terminado

porque somos la bestia y el ángel

el odio mortal de la bestia humana

y la ternura que estremece el alma.