TENDRÍA que verte de nuevo erguida,
para poder disfrutar de tus pechos
enhiestos: luz de tu cuerpo sin brida,
que buscan, con afán, ojos maltrechos.
Ven, mujer, y coloca aquí, enseguida,
tus dulces labios en ansia deshechos;
deja, al fin, que tu amapola florida
recorra mi cuerpo sin pies maltrechos.
Dejemos, luego, que la sombra cubra
nuestros cuerpos con su mano de azogue,
como quien al aire pone su suerte.
Y, así entregados, que nadie descubra
que, en tan alta entrega, es nuestro desfogue
aguardar abrazados a la muerte.