Santiago Esquivel

Insomnio.

Tu pasado ha vuelto junto con un sórdido manantial de mi bodega de lágrimas.

Me han deshabilitado todos los pensamientos alternos que tengo.

 

Ahora solo quiero acurrucarme con mis tristezas, intentar dormir, levantarme

Y fingir que no ha pasado nada, que no he hecho nada y que no pasará nada.

 

Aullando, aullando, los perros mojados me avisan que estoy muerto por dentro, aullando, aullando,

El olor de mis errores se percibe  en lo más lejano de mi subconsciencia.

 

Quiero abrir mis ojos en la mañana y sentirme tan feliz como cuando iba a verte,

Cuando era alegre, cuando nunca pasaban las cosas de lo que estoy arrepentido.

 

El abrazo y el beso que creían eran infinitos no alcanzaron

A acobijarme en estas noches donde los celos se retuercen y mueren en mis manos.

 

Los poemas de amor, las miradas fugaces, y los abrazos lejanos en las noches más frías

¿Demostraron cuanto amor siento por ti? ¿O solo fueron un estorbo como fui yo en tu vida?

 

A veces peleo largas batallas con mi personalidad secundaria.

Lo que conlleva  a que tenga el control total de mis palabras y actos-

 

¿A quién quiero engañar? En la vida no existen segundas personalidades,

Son personajes inventados para rellenar los espacios en blanco que deja el dolor de dañarte

Intentando decirte: “¡no fui yo, fue mi otro yo”. Algo totalmente irónico.

 

A pesar de que mis sentimientos ardan en el fuego infernal de tus amores de antaño,

Lo helado que son las noches sin tu presencia, hace temblar  mi cuerpo entero.

 

Como tú eres la coordinadora total de mi alegría, sin ti me convierto en angustia inerte,

Esperando largos días tu abrazo calentito y tus besos cómplices de un amor infinito.

Eso, eso se llama tristeza. Eso, eso es tu distancia para mí. Nada, nada más que tristeza.

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Y un incendio brotó dentro de  mí, quemando los recuerdos más felices

Y dejándolos prácticamente calcinados en el suelo,

Me llaman: “el paciente recogedor de cenizas”, “el poeta que limpia su interior corrompido”,

“el eterno coleccionista de arrepentimientos”, “el masoquista que aprendió a amar”.

 

Ahora solo me apoyo en la ventana a escuchar los lejanos ladridos de los perros,

El sonido espectral y único de la noche.

 

No, no quiero y jamás querré dejarte ir si no voy contigo.

Pero no queda casi nada, y lo queda son cenizas de lo que fue un cariño inmenso,

Las fúnebres ruinas frías de lo que fue tu amor por mí.