J.R.Infante

Cruz plateada

Cruz plateada que antaño

deslumbraste humilde

por campos polvorientos.

             HOY

me has dejado imbuido

en mil dudas

           inflexibles.

Los pocos años vividos

y las ansias de

        descubrir,

me hacían buscar

amigos en mi

empavesado jamelgo.

             CRECÍ

entre níveas flores y

vetustos encinares.

Jamás negué a nadie

ni un centímetro de amor.

Cultivé frondosos huertos

y regué las amapolas

con el sudor de mi cuerpo.

           ABANDONÉ

Las enormes estrellas

de tus noches de verano

y de aquel corralillo enguijarrado.

                             Tu sabes

cruz plateada, que el embudo

sólo tiene una salida, porque

a pulso saqué el agua y

pude comprobarlo.

             Mi ostracismo

pretendía quedar oculto en

el mapa.

              Ellos, al igual que yo,

eran conscientes y gozaban

a mi lado ínfima parte

de los trescientos sesenta y cinco.

Y llegó ese MAYO

ese horrendo despertar

de infinidad de Rocinantes

y rostros impertérritos

sosteniendo

                   la dulce sombra.

Estabas frente a mi y

el Sol lanzaba tu plata

sobre mis ahumadas lentes.

           PASEÉ.

Quería asirme a la última

mata, pero el abismo se

ofrecía seductor, disfrazado de

manzana. Desde

estas profundidades hago

funcionar a tope la materia gris

para retornar a tu lado.

             ANHELO

las anchas paredes con grises

manchas de humedad y

el sabor a tierra masticada,

presente en mil cruces

primaverales.