Heber Snc Nur

Suelto entre las letras

Escribir tiende posibilidades,
le cierra las puertas a la conciencia,
le abre la razón al sentimiento.
Escribir es perdonar la mentira,
sacrificar la verdad,
condenar al vacío al paredón de las palabras.

Escribir es levantar muros y mirar a través de ellos.
Escribir es catártico,
el incendio que se desata entre las manos.

Escribir es cambiar de musa en cada párrafo,
extrañarla como si fuera una sola;
escribir es erigirla como el centro de un universo
que sólo existe en la inmensidad de un poema.
Es también el dolor, la angustia,
de saberla dueña de tu historia
y ajena al mismo tiempo.
Es darle las llaves de aquel cofre
que contiene tus mayores deseos.

Escribir es volar a través de las líneas,
fijar el soporte en un par de vocales,
mientras que al otro lado,
la magia se pone de pie y aplaude,
las luces se encienden,
alguien sonríe,
alguien siente.

Escribir es eso, la ilusión,
el golpe, la caricia;
es la hora punta de las desolaciones.

Es enterrar los recuerdos
entre las hojas,
suplantar el miedo por las ganas,
bajar al sótano de la ironía,
y subir al cielo de su boca.

Escribir es místico, casi celestial;
es tambalear la conciencia
entre la ficción y lo real;
es confundir identidades
y perder la propia,
como reconocerte más en una máscara
que delante del espejo.
(O quizá no es perderla realmente,
sino reconocer la que llevábamos dentro
tanto tiempo
sin saberlo.)

Porque escribir también te abre los ojos,
te muestra que la persona que realmente eres
no es el que está encerrado en una foto,
sino el que está suelto entre las letras.