Wellington Rigortmortiz

* El Reino Olvidado del Dragón (el sueño medieval, el final de la saga)

Coronando mis sienes

con mis propias manos,

retomo el control total de mi reino,

las batallas sangrientas,

crueles y despiadadas,

en pruebas de fe, lealtad, valentía,

quedaron demostradas

ante la vista de todas las almas

de mis enemigos, súbditos y plebeyos;

en cielo, mar y tierra

la derramada preciosa sangre

elixir de sacrificio y vida

dio color a una atmósfera gris,

sombría, cobijada por el mal,

así la tierra absorbió

el líquido vital

de los verdaderos héroes, 

liberándolos de los seres mitológicos

que gobernaban sus mentes,

que quisieron

apoderarse de sus almas

y de todo lo que aman;

al pie de mi castillo,

un bosque lúgubre

con su espesa maleza esconde

los epitafios, las tumbas de mi estirpe

y al monumento de mármol

en homenaje a una diosa corrompida,

aquella bruja del amor

por la que di mi vida

en las crueles batallas, aquella

inocencia dilapidada por el mal,

a la que también

mis hombres protegieron

haciendo suyos el amor

que ella a mí me concedió,

hoy,  después de la guerra final,

me he quedado solo,

dispuesto a gobernar

lo que queda de mi alma

y de mi vida sin pensar

en el furtivo pero metafórico futuro…

 

“luna misógina, 

hieres con tu luz mordaz

a este bosque lujurioso, 

que humedecido

por el delirio ultrajante del viento, 

en constante morbo

llora la ausencia de la desnudes

del aquelarre

de sus ninfas instigadoras, 

del dolor esquizofrénico

de sus conjuros

erotizando con su amor

a las higueras que asfixian

lentamente la naturaleza

de los viejos nogales

que el viento

ya no desea abrazar”,

un retazo de estandarte

con su heráldica manchada

es mi espíritu a gobernar,

… la gente se ha ido…,

liberada del reino

fue por mi mano, liberada

de su compromiso altruista de servir;

la gran ballesta

sobre la torre del rey

extrañara ser la aprehensora hiriente

de los dragones del óbito,

criaturas de las cuales

en rituales de fe y esperanza

bebía su sangre,

para después con su fortaleza

ganarme un nombre, un respeto,

mas millones de esperanzas

puestas en un solo hombre,

así como el mismo deposita

todas las suyas en Dios,

la espada del arcángel de la muerte,

rota, pende

en lo más alto del salón de honor,

yace sin poder alguno

después de dar todo de si, 

como mujer madura

que ya no puede

dar más frutos en retoño, 

solo su amor verdadero

y la realidad de su figura;

mi trono se ve tan grande

y pequeño a la vez

ante los ojos llorosos de la realidad,

pues jamás volverá a ser ocupado,

la jerarquía que brindaba, 

como arena de desierto

entre las manos escapa al viento;

… coronando mis sienes

con mis propias manos,

retomo el control total de mi reino,

las batallas sangrientas,

crueles y despiadadas,

en pruebas de fe, lealtad, valentía,

quedaron demostradas

ante la vista de todas las almas

de mis enemigos, súbditos y plebeyos,

la vida al fin tiene un sentido, 

sellando definitivamente

toda herida que cicatrizada

baña de indiferencia

a los sentimientos

que románticos, 

aferraban a los recuerdos

para que el espíritu

pierda toda esperanza

desangrándose

en un llanto verdaderamente inútil

si nada de sus actitudes

eran correspondidas,

coronando mis sienes

con mis propias manos,

retomo el control total de mi vida,

navegando satisfecho

por todo lo vivido

sobre la piel liquida del mar

en mi dragón de madera, tela y metal,

sin brújula, sin bitácora, sin arma letal

más que el alma renovada

que hoy gobierno.

 

La fantasía medieval del destino, 

me ata con su camisa de fuerza

la cordura superflua de la mente,

desquiciada

esta la misma a perpetuidad, 

inmersa en las catacumbas que el dolor

cala y cauteriza a la vez en mi alma,

y solo por un pequeño instante

la conciencia trata de resucitar

de esta su agónica muerte,

como reaccionando

aun aferrarse a la vida, 

luego de haber ingerido el veneno

que solo el tiempo, la soledad

y el silencio suelen dar

de manos de los mortales,

dejando atrás este alucinante delirio, 

… me encuentro atrapado

dentro de cuatro paredes

carentes todas de color, de oscuridad,

solo una luz intensa

en su mágico destello blanquecino

desquicia de pavor mi realidad,

en la cual el trono se convirtió

en un delgado y frío colchón, luego,

así como el eco

se desvanece lentamente

del sonido cayendo rendido

ante el poder del silencio,

así se desvanece de manera similar

la conciencia, de mi mente,

ocultándome para siempre la realidad

hermosamente cruel

de estar atrapado

bajo los brazos fríos

de un sanatorio

para desquiciados mentales;

en ese corto momento de cordura

solo extrañe de lo que fue mi pasado

meditar la realidad observada

desde una taza de café aderezada

con unas cuantas gotas de vodka,

el cianuro para el alma,

el placebo para los recuerdos…