karekarenina

A un amaestrador de sirenas

Me creíste un seco océano; un erial desgastado, precoz;
Una invitación al brillo sin gloria, a lo voraz de la tierra que nos absorbe
Como pájaros con silencio por alas y huesos de suspiro.
Pero, aún todo, algo creíste en mí, como creándome estallada en marfil,
Ardida en la lenta fragua de la espera,
Trizada en las tormentas que me abrigan en tu ausencia.
Tendrás tus planes (como casi todo el mundo),
Tus malabares, papeles esperando, dudas galardonadas.
Y yo tendré que armarme de una silla que sea una patria
Donde refugiarme en tanta rígida soltura.

 

Porque mis ojos son de otra que te ha visto así.
Otra que tal vez llevaba mi nombre, el paso a saltos de gorrión,
Esta mismísima tensión de saberte en la otra punta de la mesa
Y sin poder entrelazar nuestras piernas.
Porque pareces marcharte cuando por fin estás llegándome,
Amaneciendo seco y cálido, enredado en los hilos que tiran tus dedos.
Porque somos como niños que exigen agasajos,
Juegos lentos y mucho espacio donde retozar nuestra premeditada vejez.

 

Por eso será que me quedo quieta, escuchando tu respiración,
Sintiéndote como ese que realmente late bajo la llama de mis dedos
El segundo en que por fin nos encontramos.