Heber Snc Nur

Guerras donde yo siempre pierdo

Para perder yo nunca estuve preparado. Ni para recordar cuando ya fuera demasiado tarde o para cuando estuvieses cerca de la puerta, darme cuenta de que no iba a volver a verte nunca.

Hoy dueles como todas esas historias que no se comparten. Mujeres inspiradoras habrán muchas, pero mujer ya eras tú antes de saber que las musas también existían. Y luego te convertiste en una sin que yo me diese cuenta. Quererte entonces me pareció un riesgo y yo la verdad nunca he sido un amante del peligro. Y luego tu nombre. Llegó a componer la banda sonora de mi silencio. Pensaba más en ti que en lo habitual y me sorprendí compartiendo un café con una esperanza que tenía tus manías. Escribir después de eso se hizo catártico.

En dónde habías estado tanto tiempo, por qué no llegaste antes; a cuántos amaneceres de distancia estuvieron nuestras vidas. Tú estabas metida en los pensamientos de quienes ni siquiera sabían tu nombre, siendo el reflejo de un pasado que nunca ha existido. Sólo cuando apareciste supe que le robaba el futuro a muchos. Ellos también te habían soñado pero sólo a mí te me cumpliste y eso que nunca te pedí como deseo. No creas que no estoy agradecido.

Aprendí a compartir mi soledad con tu indiferencia. Con tu cambio drástico. Con ese encanto envuelto en pétalos y lleno de espinas. Me quisiste a tu manera y la mía apenas iba amoldándose. Al principio me costó abrirme porque ya sabes que tengo de cerrado lo mismo que tengo de tormentas. Soy más de silencios que de alborotos. Pero sucede que cambiamos constantemente y, para cuando yo ablandé mi forma de ser, tú ya estabas aprendiendo a olvidarme. Olvidar en el sentido de que no ibas a ser la misma, vamos. Porque los dos sabemos que olvidar es imposible. Cambiaste todos tus semáforos a rojo pero yo iba a exceso de velocidad. El impacto me dejó un ala rota y desde entonces le tengo miedo a las alturas.

Intenté hacer lo mismo pero tú, además de ir un paso adelante, también ibas más rápido, como si conocieras el camino de memoria. Donde debía detenerme, seguía; y donde estaba prohibido desviarse yo me encontraba con un callejón sin salida. Aquel laberinto de idas, venidas y un sinfín cargado de pretextos hizo que reconsiderara volver. El problema era que no sabía por dónde y tú nunca pusiste señales. Y no te estoy culpando aunque eso parezca. Procuro hacer lo de siempre: escribir para explicarme a mí mismo cómo es que he terminado en este fondo si no recuerdo haber caído nunca.

Quizá no fui lo que querías. Debe ser eso. Yo nunca he tenido expectativas sobre una chica hasta que me demostraste lo contrario. Aunque olvidé que cuando alguien cumplía con los requisitos para quitarme el sueño yo también debía entregarle algo más que un puñado de poemas labrados con un alma que, para no haber muerto aún, ya había vivido demasiados infiernos. Cómo ibas a querer a alguien que para tener un buen día procura mantenerse lo más alejado posible del espejo. Tú, que al caminar arrastras la mirada de medio mundo. Que provocas un alzheimer relámpago en quienes te ven sonreír y que no tienes que envidiarle nada a nadie. Tú que eres musa de todo aquel que sepa mirar más allá de tu cuerpo. Que escondes secretos por los que muchos no dudarían en matar si fuera necesario. Llámame como quieras, soy consciente de que mi superficialidad me hace ver guerras donde yo siempre pierdo.

Qué voy a decirte sobre mi intento de olvidarte, que resultó ser eso: un insignificante intento. Mi obstinación me ha llevado a entender que no quiero que dejes de existir. Que quiero seguir mirándote de lejos incluso si esta vez vas por otros caminos. Me bastaría imaginar que para musa sólo necesito tu recuerdo y esa puesta en escena de una felicidad transparente que viene cada vez que tu silencio me dice que nunca pasaste por aquí. No voy a dejar de dar vueltas mientras tanto, de este centro adonde vienen a parar las espinas que abrí con la emoción infantil de quien abre un regalo esperando que fuera lo que había pedido tantas veces.

Y aquí estoy. Si vas a irte más lejos recuérdame encender la calefacción porque sólo a ti se te ocurre convertir los días que faltas en invierno. Yo voy a intentar escribir más por si acaso dejo de tenerme tanto miedo y aprendo a quererme más de lo que me odio. Más de lo que me odio al perderte, me refiero. Algún día dejarás de ser ese dolor al que me he acostumbrado a esperar por las noches, pero no dejes de dolerme y no te dejarán de llover poemas. Sólo que me encargaré de que no te enamoren. Prometo ir esta vez más despacio.