francisco lopez delgado

Oh raigón.

 

Oh Raigón.

 

¡Oh Raigón, magnificente árbol que te sujetas
como un titán al suelo, clavando tus raíces en
sus profundidades y desplegando tus gruesas
ramas para abrazarte a la inmensidad del cielo…!

¡Oh árbol, tú que te adornas con los amaneceres,
y te lavas con la brisa y peinas con el aire…
y te alumbras con la luz del sol y brillas con los
tintes del ocaso deslumbrante de la tarde…

y te arrobas con el aura de la luna y sueñas
bajo el palio de la noche y emocionas con el
canto del canario… y te elevas sobre el suelo que
te acoge: robusto, elegante y legendario…

y ofreces a los hombres el fruto de tus bayas,
y el remanso de tu sombra y el perfume de tus
flores… y a las aves, el amparo de tu fronda
para que canten de día y duerman por la noche…!

¿Por qué no me infundes el secreto de tu fuerza
y me trasvasas la sangre de tu sabia, para
que mi brío sea como el tuyo y mi esperanza
tus ramas… y mi fe, las raíces que te fijan a
la tierra y alimentan con su humus y te aguantan…?

¡Oh, si yo fuese tú, me cegaría con la luz
del sol y abrasaría en el crisol de las estrellas,
para morir de amor y alcanzar el cielo… como
lo hacen el águila real y la punta de tu
copa, que, en su vertical ascensión lo alcanzan!

Autor Francisco López Delgado.
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