Un hombre ya entrado en años gotea la arena de 
su reloj desmigajando su pan sobrante para pábulo
de unas palomas que acuden a su llamado.
El tiempo se detiene en el arco que describen los 
trozos.
Adolfo no puede evitar recordar entre ademanes
lo yermo de su existencia. Quisiera empezar otra
vez...
Adolfo.- ¡Quién me ha visto y quién me ve!
              Yo, que he removido cielo y tierra
              Yo, que he sido águila culebrera
              Trincador de opciones en la jungla
              Aspaventeador ante el indigno
              Guerrillero sin fusil ni verguenza.
Adolfo, en el quicio de su desgana, nota cómo la vida 
se le desangra entre los desvelos de lo que fue y ya no.
 Adolfo.- ¡Mi vida por entregarme a ser junco en un río
             que se despereza al desuello, que se va.
             Aunque mis años se muestran losa enervante
             me consagro a hacer tantos titánicos esfuerzos
             como es menester para no sucumbir al tedio.
Mientras el lamento se derramaba de sus labios como 
necesario alivio a su atribulada existencia aparecía, como
por ensalmo divino, Epifanio, su amigo siamés desde que
el azar de la leva lo emparentaran en el mismo cuartel.
Epifanio.- ¡Hombree, Adolfo, qué tal , aquí con las
palomitas!
Adolfo.- ¿Te sientas aquí conmigo a compartir quejas y 
lamentos por el desierto que enardece nuestras, otrora 
frondosas, vidas?
Epifanio.- Entiendo tu pesimismo y tu hondo pesar. Estás
malviviendo solo desde que falleció tu amor de niñez, tus 
hijos tienen otras razones para vivir, lejos de rociarte sobre 
tu corazón algo de su calor sobrante...
La vida me sonríe, por fortuna.
He guardado en el cajón trasero
 de mi aparador mis recuerdos.
 Tengo que seguir viviendo, Adolfo
 Si quieres te cojo de la mano 
 Te llevo a pintar claveles 
 en los rizos de las nubes
 Ilustrar de rojo y blanco las sombras
 que nos quieren sumir en el cieno.
Adolfo, vencido por la fuerza de la esperanza, se 
dignó levantarse, despedirse de sus amigos picudos 
y voladores, y decidirse a conjurar la maldición del
\" Cualquier tiempo pasado fue mejor\".
El tiempo no fue mejor, porque la humanidad y las
circunstancias que determinan nuestra estancia en 
este mundo son cada vez más bonancibles, por fortuna.
Lo que añora Adolfo no es el tiempo en que vivió su 
juventud, sino la juventud misma.
La vida en su plenitud.