Alberto Escobar

Rayueleando

 

 

Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que
andábamos para encontrarnos. Rayuela.

 

 

 

 

 


Me sorprendo, por las anteshoras, resopando tus recuerdos
hasta que la nociosidad me invade en mis címbalos.
Me coturno, en la solescencia del tiempo, como bastiendo
las compromencias que lanteas al aire sin flujos de simas
carbonáticas, que siento recebrar entre los velos febrosos
de las sogras que me lenguaste al cuello de la mentira.
¿Sigues en París ferreando los puentes sobre el Sena?
Solo me consuela, a estas celaturas de mi falencias, pensar
que tu amor es árleta que chorniza cada instante de preba
turnencia que me nubla la atención en el abstinto torcal.

Te deseo que la granicie de tu alegría se desbusque sobre
la trependiosa angustia que el frío me carbonata en esta
ciudad salitronosa y populante, y solitudinaria...

La felicidad no es sino el saporoso vuelo que restrepa
lo que esperas vocinar en este locutante gerbán de
croces rimprimentes.

Con todo el cariño que puedo carpetarte me dispervo.