Alberto Escobar

Ilusiones

 

 

Primer y único acto:

 

Se abre el telón rojo, ya ajado por el tiempo, y aparecen en escena un
hombre, ya mediada su existencia, y una mujer en ciernes, en la flor
de la vida (larga vida diría o desearía el narrador).

 

Vicenta.- Quiero que sepa, aunque me cueste el desprecio confesarlo,
que desde que os vi paré de contar las horas de la mocedad, deseo y 
sé que será mío para mis restos. Lo juro por dios.
Romualdo.- Sabe que me gusta mucho Vicenta, y también sabe que 
mi sazón está rozando la agostura, aunque me siento pleno de vida. Ya
no soy el mozalbete que era a vuestra edad y eso me produce un cierto
desasosiego para con vos. Mi tiempo natural viaja en otro reloj.
Vicenta.- ¿Qué quiere decir Romualdo?


(brota una pausa, Romualdo masca y medita la respuesta)


Romualdo.- Quiero decir, querida, que mis instintos más elementales, a
saber: tener hijos, casarme, vivir una experiencia familiar, están ya más
que satisfechos. Mis prioridades vitales pasan por disfrutar de la miel
que me ofrezca la vida, volver a ser niño, despreocuparme del qué dirán
y coger las frutas del campo si tengo hambre...
Vicenta.- Amor mío, estoy dispuesta a desairar a mi reloj vital por vos.
No creo que encuentre a un hombre así por más vidas que el creador me
conceda.
Romualdo.- ¿Me quiere decir que está decidida a obviar sus instintos
naturales, aquellos que dios os ha concedido para vuestro deleite y
preservación de nuestra especie, por consagrarse a mí en cuerpo y alma?
Vicenta.- Eso mismo.

(Silencio final)

Se cierra el telón.


Es evidente que Vicenta, presa del amor y de la ceguera consiguiente, se 
tragará sus palabras de aquí a pocos años, cuando la calentura devenga
ascua permanente que alimente el hogar que sueña, y Romualdo, sincero
desde el primer momento, tire al monte como cualquier cabra al uso.