Margarita García Alonso

Sustos de una antigua muchacha

 

Esa blancura

me hace propenso

como si todos fueran otros.

Lezama Lima

 

I

La blancura del cuarto

me repone de los otros.

 

Soy la salamandra del techo

que bojea en la memoria

a la mujer que no la mató

la cicuta ni el ácido de 1878.

 

Nada me salva del buque fantasma

anegaré en la bahía la porcelana

donde duerme una muchacha asustada

de bestias y extranjeros.

 

Soy la mujer que no huye al espejo

y sube donde Charlot atrapa a la luna

mientras cabalga un delfín

que morirá en el puerto desesperado de la tarde.

 

Soy la muchacha que no encontró hombre,

hora es que el mundo ruede,

ruede y estremezca las claves del laberinto

de Isadora cuando danza.

 

No moriré con la primera grieta de los ojos.

 

II

Lo que muere no son mis ojos en las

luces de Pompeya, o los dientes parejos

que destrozan el melón de castilla.

 

Lo que muere crece

se acostumbra a los sitios vacíos

enrarece y fecunda.

 

Lo que muere se asemeja al hombre

primitivo que busca las estrellas.

 

Lo que muere en 1988 es el incendio de la paja,

el rugido en la cabeza de boyardos

que pelean frente al bosque dividido

en frutales, sombra y veneno.

 

Lo que muere son las nieves, la catedral blanca.

 

Lo que muere es el caballo con la daga

enrojeciendo los adoquines,

el beduino con cientos de cartas,

el azul de las falencias.

 

Lo que muere es el error de creer

la adolescencia un oficio del siglo.

 

III

Hablar mucho y atinado del amor

como un pájaro de circo, raro y múltiple

despierto en los niños y los crédulos

y negarlo, pero seguir tras él.

 

Olvidar la ciudad muerta, las catedrales,

la parodia de las leyes, los salmos,

la parcialidad de esperar.

 

Caer como el que encuentra a su asteroide.

 

Los malentendidos resultan interminables.

Sentarse a ver el campo,

aterrada del visitante y de su luz.

Como Liliput flotando en la habitación

de Jonathan Swift.

 

Como la nave cansada que desciende al mar

o el animal escogido por el hambre.

 

Como el ebrio en las destilerías

cambiando palabras

con ese algo trágico e inmaterial

que hemos perdido en las ofensas del siglo.

 

IV

¿Cómo era entonces la muchacha de los otros

que perecía en amores reticentes?

 

¿Cómo era asesinos?

 

Sólo descenderá a la bahía

el hombre de la blancura.

 

De Sustos de Muchacha, Ediciones Matanzas, Cuba, 1988