Carlos Ars

¡Oh, labriego!

De oriente a poniente
desciende una cascada
tórrida de luz torrente
que rocía la silueta
de un labriego
que ara y ara su vergel
y un surco que bifurca
su ígnea tierra fértil:
Un cúmulo de flores vivas
de un acervo insípido
de hierbas marchitas;
yermo y barbecho
bajo el gran vigor de Helios,
quien grita solemne:
«Si no regáis bien vuestro jardín
de vuestro hortelano será el fin,
podéis hacerlo florecer,
o, podéis hacerlo perecer,
Vuestro cultivo está ligado a
Vuestro destino; elegid.
¡Viveza o maleza!
Cosechad lo que dicte la consciencia».