Raquel Garita

Animales salvajes

Fíjate en el comportamiento asesino del león; frio, calculador, feroz.

La mirada fija en su presa como única opción.      

 

La observa, la vigila…

 Acecha cautelosamente hasta que halle prudente lanzarse sobre ella.

 

El éxito consiste en que la presa no detecte ninguna intención con anterioridad. No le permite reaccionar ante el peligro. Evidentemente todos los intentos de la pobre criatura  serán inútiles pues los afilados dientes del león ya se hayan enterrados en su cuello con el único propósito de asfixiarla hasta la muerte.

 

¡Lo que hace un animal por conseguir algo de carne!

 

No envidies la técnica de caza de este felino.

Todos tenemos un instinto asesino que anhela relucir en un determinado momento.

 

¿Aún no estas convencido?

Pues acompáñame por un recorrido por la senda del recuerdo en clases de historia.

 

Desde tiempos antiguos, la humanidad atrapada en un oráculo. Rasgando y gritando por salvar sus propios intereses.

Hambrientos de sangre, de guerra y venganza.

Matándose unos a otros como salvajes.

 

Sin embargo porque establecer una línea de pensamiento tan amplio si podemos dar testimonio de lo anterior con nuestras propias vivencias.

 

El karma utilizado como alivio inútil de aquella impotencia de actuar con justicia al malhechor.

 

Otros en cambio prefieren ejercer el mal sobre aquellas personas que consideran una amenaza en su camino.

Mentimos sobre ellas, las aplastamos con palabras venenosas, hablamos con falsas interpretaciones, las acorralamos hasta el punto de que abandonen su carácter inmutable, que duden de su capacidad y de su buena moral.

 

 

Somos fieras.

Con un recital memorizado engañamos a quienes nos entregan sus ideales y esperanzas.

No consideramos las cicatrices amontonadas en el alma del otro.

Actuamos irracionalmente.

Sabiendo que estamos tan parecidamente destrozados y heridos, tomamos la mano de un ingenuo para hacerlo caer en el charco en que nos hallamos.

 

Disvariamos el deseo de pagar con la misma moneda.

Hacer que almas solitarias sean encerradas en la misma celda de maldad en la que nos encontramos.

 

Somos animales en caza.

Intentando atacar a nuestra víctima.

 

Y realmente quisiera decir que soy diferente. Pero no.

Soy un animal esperando el momento indicado para saltar sobre mi presa y matarla sin compasión.

 

Algún día fui presa. Indefensa, con altas expectativas, soñando con la armonía.

 

Hoy en día abro mi corazón para exponerlo al mal del mundo y probarme a mí misma que aun soy inmune al dolor.

 

Y no funciona.

Al exponerme, caen mis pedazos en el suelo.

Y orgullosa de mi misma, los junto y busco un culpable a quien perseguir.

 

Cada intento de caza va arrancando un trozo más de sensibilidad.

Mi piel y mi alma siendo víctimas y criminales a la vez.