la flaca

¡Se tú misma!!

¡Se tú misma! me dijo alguien, pero rápidamente entendí que para eso necesitaba mucha fuerza, la fuerza que sostenga la indiferencia, el pasar desapercibido, el ser un nadie, la fuerza capaz de contener la miseria de la masa, la fuerza de soportar ser uno más.


Es que ser una misma significaba salirse del ritmo atropellado de lo común, implicaba demasiada fuerza para decidir ser una rara, una desencajada, una impopular, demasiada fuerza para salirse de la fila y mirar desde la acera contraria un desfile de maniquíes multiplicados, perversamente iguales que te ignoran, te ignoran de la misma manera como ellos se ignoran a sí mismos.


Me convertí entonces en una mezcla incongruente entre lo que soy realmente y lo que aprendí a ser… hoy sólo puedo afirmar ¡he sobrevivido!, y es más de lo que imaginé podría llegar a decir, los años más difíciles fueron aquellos en los que apenas y alimenté mi pobre alma siempre agónica, con rescoldos de locura, de poesía, de libertad, luego volver a desnutrirla encerrada entre lo diario, acariciar sus alas siempre quebradas y dejarla revolotear en el mismo agujero, los años más duros fueron esos donde la mezcla extraña que soy, decantaba más por el maniquí repetido que por la gloriosa soledad de lo que gemía en mi interior y fui así una dualidad doliente, un número más a veces, un pequeño gramo de nada en esa mole de gente deshumanizada, figurines bizarros de un dios prematuro que consume su propia creación.


Al tiempo supe reconocer mi fuerza, aun con miedo de que no fuera suficiente, aun hoy no es suficiente, el problema se vuelve grave con los años, se aprende a hacer malabares con los afectos y el silencio se es la única opción que se tolera.


Sin embargo algo dentro no cuajó bien y quedó una composición amorfa, no soy ni un Delta ni un Épsilon en un mundo feliz ajena a su vasallaje, no soy una servil de tiempo completo que ignora su esclavitud tras los barrotes de un sistema y una sociedad tiránicos, legitimados como el mejor de los mundos, el mejor de los mundillos posibles[1], ese donde todos ignoran su infelicidad y marchan al son del dios que los creo y los consume, ni bueno ni malo sólo un mundo incuestionable y perfecto en su ordenamiento, unos mueren felices para que otros sobrevivan.


Pero tampoco soy la amante de Shakespeare, ni la disruptiva, no soy la que alza la voz y muere en un intento romántico e inservible por una libertad perdida antes de nacer, no soy la que nada contra corriente ni la que muere en el intento, más bien soy la indiferente dolorida, siempre revoloteando en el arte nunca sumida en él, ardo en la poesía pero no me termina de fundir, me arrastro en los límites de lo bello nunca llego a su fondo, el conocimiento me punza cada hora, cada día pero no me descuartiza, la locura me seduce pero no me penetra, soy la que toma café y trata de olvidar, la que evade las preguntas, la que sabe que no hay respuestas, la que camina ignorando la vulgaridad sólo para poder seguir caminando, soy la que sabe que la fuerza no alcanza para ser tú misma, para eso todo tenía que cuajarse y tocar algún limite, llegar al exceso en busca de sabiduría… salirse de la fila para siempre y eso nunca pasó.


Soy esa esa que a veces marcha con la masa y a veces se sale de la fila y los ve lanzarse felices a cualquier precipicio, soy la que sabe a cuál precipicio hay que lanzarse y eso duele porque no caminas ajena, soy esa que sabe que está ahí al borde como un número más y les juro que es lo más doloroso que descubierto y aun así he sobrevivido.


¡Se tú misma! me dijo alguien que nunca pudo ser él mismo, tal vez con esperanza, tal vez fue sólo una broma.

 

[1] Parafraseando a Leibniz