Alejandrina

La barca abandonada

 

Silenciosa,

tristemente huida,

como una hostia peregrina en el tiempo,

la vieja barca

va estirando sus temblorosos dedos,

sus cansadas huellas de sandalia herida

sobre un mar de abandono y de miserias.

El timón que te guiaba hacia la proa de los vientos,

es solo un cóncavo recuerdo de nostalgia y lejanía,

posada triste de un errático grillo aventurero.

 

Una lección de sal espeja una borda atardecida,

prisión donde quedaron anclados

los sueños de un enjuto pescador;

su fantasma de viejo lobo marinero,

como una sombra larga,

aún se pasea desde la roda hasta tu espejo

y con la infinita ternura de un añoso padre,

va calafateando tu vientre, tu alma,

con brea y sangre, con sudor y lágrimas.

 

Tienes una tristeza de casa abandonada,

de alto campanario repitiendo

la palabra: ayer,

guardas la paciencia de un faro ineluctable

frente al vaivén inflexible de los tiempos.

 

Pequeña y frágil barcarola volteada de costado,

con tu quilla y tus cuadernas fracturadas,

aún así te envuelve en su cendal silvestre;

la pretérita jerarquía de los cipreses de mi tierra.

 

El viento canta una lánguida melodía                           

en tus costillas de cetáceo muerto

y en tus quijadas se detuvo el mar

con su áncora de brumas y de algas.

 

En tus aros sin remos estila

el falerno de unas cómplices manos,

como una larga caricia sobre tus descascarados lomos.

Tendida vas y me estremeces

con un abrazo de sal insobornable.

 

Tu tiempo, fue el tiempo en que huían los cisnes

del amado totoral, cuando las garzas elevaban

sus últimos pañuelos libres y el mar de entonces

era amable y generoso.

Los segadores nocturnos

volvían con tu regazo lleno de escamado tesoro.

 

No son estas palabras: pronunciada plegaria…

No, mi pequeña huérfana,

son apenas una leve caricia cual tibieza de sol,

un sentido réquiem para tu noble ofrenda,

para tu memoria de lluvias y de mares,

para esa hambre de latitudes y de voces pronunciadas

en tu oído de cal despavorida.

Es un canto de justicia,

a ese halo de eternidad que te inventé en los huesos.

 

Alejandrina.

(Los ríos del espejo)