Jorge Briceño

No culpes a nadie

En los mares, en las playas,

A kilómetros, tras calamidades

  nos empezamos dañando.

¡Nos morimos amor!

Lentamente no vamos desmembrando.

Nos arrancamos brazos, costillas,

recuerdos, besos, caricias; nos arrancamos el alma

mutuamente.

Más tarde, ya secos y sin vida

-como si fuera poco-, nos abandonamos.

Si acaso ves tormentas y diluvios,

no mires las nubes, allí no hay quien culpar.

Es Dios que de vez en cuando suelta una lágrima,

añorando nuestro amor bestial.