Alucinada perla,
tú que suspendes tu pequeña geografía
entre los pinceles del aire
y derramas todo el ónix del ocaso
sobre las altas flores, dime pequeño:
de qué albamiel de luz bajaste,
qué bóreas astrales impulsaron
el tuareg de tus gemas
a las bocinas ardientes de mis rosales.
Contigo va el magnolio, las camelias,
las nobles azucenas.
El jazmín embriagado de ti,
parado en una rama,
aroma el vuelo de mis horas.
Diademas de sol refulgen en tus alas.
Trebolar fresco esmeraldado y puro.
Velo suave que entre el cielo y la flor,
los signos del amor agitas.
¿Eres acaso, en tu sublime pequeñez,
magna partícula de Dios?
luz de éter, espora lunar…
o tal vez, eres una gota de sudor
resbalando de sus manos.
Tu osadía, dirige el nacimiento de los frutos
y tus campanadas no duelen…
Eres como el amor que duerme allí,
en las hondonadas de los huesos.
¡Oh bendito de mis yemas,
cómo alegras estos días solitarios!
Vuela de nuevo sobre el otoño tu alta flama,
ahora que la primavera
viene cabalgando en las ramas del ciruelo.
Alejandrina
del poemario Los ríos del espejo.