César Pérez

Celos

Desconozco hasta que punto

puedo desesperarme

con el simple desconcierto de tu lejanía,

de tus manos de niña cubiertas de otras manos,

dejando huellas diferentes a las mías,

y así la duda, como vieja gitana,

pudiera leer un futuro separados.

Estoy muriendo lentamente y desde el día

en que el lodo del miedo me empezó a salpicar

la camisa que he bordado con tu fiel cabello.

Sentí

que tus ojos se cubrían de mis miradas

buscando en el piso una respuesta afín,

y mas convincente que tus labios temblando.

¿Que tierra inmensa podrías cubrir con tus océanos?

como mi patio, que mojaste de ternura,

y que hoy con un soplido podrías dejar limpio de nada.

Cada segundo tu pulgar y tu índice

se juntan y destruyen otra estrella,

del montón que sacaste de tu blusa,

y colgaste en el tendedero azul el día de nuestro idilio.

Tu nombre ya no es solo de mi boca,

alguien mas lo pronuncia y acaricia,

tus pies ya no solo hacen huellas con los míos,

cansados, tal vez, de tropiezos juntos.

Tus ojos ponen de espejo otra mirada

y recorren senderos internos de otro cuerpo,

se cansaron de mis venas y mis huesos,

de lo amigable que era mi latido con tu pulso,

de su constante abrazo.

Lloro.

Dices que me amas y sueltas las palomas de tus dientes,

que no hay nada

(ni lo habrá) va entre paréntesis pues lo pronuncias a mi oído.

¿Cuanto tiempo pasó?

Los segundos eran ratones en mi estómago,

escuchaba los latidos del reloj,

sus manecillas clavando cuchilladas.

Dices que otra vez me tomé la droga de mi miedo,

y el aguardiente de mis celos con café,

que por los poros se me escapa lo inseguro.

Mientras me rasuras la rebeldía con tus caricias

y me bañas los labios en la saliva de los tuyos.

 

Tu no hiciste nada,

gracia y semilla de este enfermo.

Pero debes saber, reconocerlo,

que con nada provocaste

un poema largo,

claroscuro,

sinuoso y triste

como este.