Alberto Escobar

La Escritura

 

 

Toda esta escritura no es otra cosa que la bandera
de Robinson en el punto más alto de la isla.

 

 

                      Franz Kafka

 

 

 

He oído que la escritura invade médulas
cuando el mito de Tántalo hace presa en
el espíritu.

Los manjares que se ofrecen a la vista
son negados por un conjuro maléfico
del destino; en esa tesitura solo queda
el consuelo de la fluencia de la emoción.

La escritura se antoja desaguadero que
conduce a fosa séptica la desgana, el
desacuerdo que mal aviene la pulsión
que nace dentro, con la tensión que
inunda el éter que circunda.

Esa desavenencia insta a la piel a volverse
del revés hasta convertirse en enana blanca,
a nutrirse solo de los jugos acumulados con
la fisión perpetua, y a construir un balsámico
sanctasantórum cuyo Arca de la Alianza
brilla vivencias.

Es entonces cuando el puño artífice pierde
toda conciencia y se enfrasca en desvenar
toda la sangre que se agolpa, que sobra por
impetuosa y que amenaza con hacer saltar
todas las alarmas de la sensatez.

En este trance, sin advertirlo, la nicotina de las
letras se va apoderando de cada rojo alveolo
que tapiza el pulmón, las endorfinas que brotan
vivarachas van poniendo puntales al naufragio,
y van dibujando barracas que abriguen sentires.

Por ello, el terminismo adhiere el marchamo a 
los matices que entretejen los primeros escritos.
La avalancha del vocablo, a cual más ostentoso,
inunda las composiciones, más voluntaristas que
logradas, y más pretenciosas que testimoniales.

Tras vertirse ríos de tinta va retirándose la
hojarasca en forma de verborrea pretenciosa,
hasta dejar al alma pronunciarse sin embozo.

Aunque no siempre ocurre, La Matemática es
aceite al sentimiento...