Diminuta

FilosofĂ­a de vida.

Parte 1.

Era 2004, Melissa hacía deberes, mi madre había comprado un auto nuevo, no sabía aún nada de mi padre, pero tampoco importaba. Y yo, me encontraba en mi habitación pintando o tratando de pintar “La noche estrellada”. No encontraba inspiración para pintar mi propio cuadro. Pensaba que primero debería tener un poco de arte en mi vida. A menudo hablaba conmigo misma, así como ustedes me leen, yo hablo conmigo. Aún recuerdo aquella vez que mi madre me escuchó mientras hablaba, por un mes pensó que había alguien más conmigo. Pero yo pienso que la que habla y la que escucha somos dos personas diferentes. El 2004 fue muy importante para mí, acababa de cumplir 15 años. Justo esa noche mi madre me compró un libro nuevo, se titulaba: “Filosofía de vida”. Estuve leyéndolo la mayoría de la madrugada, pero justo a las 3:30 am el libro comenzó a hablarme, y yo le respondía, me susurraba: ¿crees en ti misma? ¿Estás segura que no estás loca?  Claro que tenía mis dudas al respecto, pero jamás una voz se había escuchado tan real para mí. Eras unos murmullos, eran una delicia, sabía en qué tono de voz hablarme. Era una voz grave, y lenta. Me habló mucho rato sobre Epicúreo, sobre vivir el momento, sobre la tranquilidad estoica. Siempre permanecía tensa, las pocas veces que estaba en tranquilidad era cuando dormía y pasaba porque no pensaba en nada. Pero mientras permanezca despierta, la única tranquilidad será escuchar la voz del libro. Algunas veces encontraba notas extrañas al final de la página, me recordaba: “Vive el momento pero no te dejes llevar por tus sentimientos” claramente se trataba del hombre que me hablaba a través del libro, ¿pero también escribía a través del libro? Nuevamente lo comencé a leer, y me pareció ver que todo se tornaba de colores diferentes, el cielo era rosa, el césped era azul. Y la voz del hombre filósofo me hablaba aún más suave, era psicodélico…   

Entonces abrí los ojos, tenía taquicardia, tenía toda la ropa empapada de sudor, estaba en un lugar muy frío y luminoso. Y el Dr Francis exaltado me dirige la palabra: ¡Por fin despertaste, Linn!