Octavio Márquez

Rayo de luna (Cuento)

Rayo de luna

 

Hace mucho tiempo, antes que el hombre supiera formular palabras, todo era orden, cada especie habitaba una región del planeta en armonía: Los peces en el mar, las aves en el cielo y los animales terrestres vivían en equilibrio. Todos se respetaban entre sí y trabajaban en equipo, pero tenían prohibido exponerse al clima inclemente y frío de la oscuridad. Por lo tanto, se abastecían durante el día, y al terminar, se refugiaban del gélido y cortante viento.

    De entre todos los animales, había un lobezno muy travieso. Su nombre era Tao, y siempre estaba haciendo bromas y travesuras a todo el mundo. Sus padres lo regañaban constantemente porque escondía la comida de sus hermanos, los mordía, y muchas veces se separaba de la jauría para explorar otros lugares por su cuenta. Casi siempre llegaba a punto de que cayera el sol. Y siempre decía que había visto el fin del mundo y mentiras de ese tipo.

     Un día fue a visitar a sus amigos castores, juguetearon toda la tarde en el lago cristalino que es su hogar, les ayudó a cargar un poco de madera, pero se dio cuenta que el sol estaba a punto de meterse, él no podía refugiarse con ellos, así que corrió presuroso hasta su casa. En su desesperación por llegar a tiempo, tropezó  y cayó en una zanja. Pero por desgracia no podía ponerse de pie, una de sus patas delanteras se torció. Con la fuerza que le quedaba cavó lo que pudo para obtener un poco del calor de la tierra, le sorprendió sentir cada vez más calor, y siguió y siguió hasta que el calor le quemó una garra. No podía creer lo que vio, era una figura parecida a una mujer, pero muy pequeña, del tamaño de un pequeño retoño. Y, al igual que una planta, ella tenía raíces y hojas en sus manos. Todo su cuerpo era de un color azul claro brillante.

-Hola-Dijo ella con una cálida sonrisa.

-Ho…hola-Respondió el tímido cachorro.

-¿Cómo te llamas?

-Tao- Respondió el cachorro.

-Qué nombre tan bonito para alguien pequeño y tierno como tú-Dijo sonriendo

-¿Pequeño yo? Pequeña tú, eres del tamaño de un retoño, y ¿tierno? Soy un viajero y un gran cazador- Dijo esto un poco exaltado.

-Ella le dio una risilla burlona.

-El frunció el ceño y preguntó: ¿Tú cómo te llamas? ¿Qué eres? Nunca había visto a alguien como tú.

-Mi nombre es Dola. Soy una semilla de luna-Respondió.

-¿Luna? ¿Qué es eso? ¿Un árbol?

Le explicó que su madre era el cielo, y su padre el sol, y que ella fue enviada para guiar a los seres vivos en la oscuridad. El cachorro asombrado escuchaba boquiabierto cada palabra que ella decía.

-Pero-le dijo- necesito nutrientes para crecer, y me quedé atrapada aquí.

El cachorro estaba dispuesto a ayudarla después de todo lo que le contó. Casi salía el sol, y preguntó:

-¿Qué necesitas?

-Sólo puedes hacerlo cuando no hay sol. Y mientras decía esto sus hojas se cerraban y su cuerpo se encogía hasta esconderse en la tierra.

Salió corriendo a buscar alimento para su amiga. Le preguntó a los árboles, las flores y las aves, pero nadie sabía qué era una semilla de luna, mucho menos el alimento correcto para ella. Poco antes que cayera el sol, se metió a la madriguera de los humanos, pues una pequeña rosa le dijo:

-Si es una semilla necesita agua.

Tomó un recipiente y corrió tanto como le permitieron sus patas, tomo un poco de agua de un río cercano y se dispuso a llevársela a Dola. Antes que pudiera llegar a su destino, fue interceptado por su madre, quien lo regañó y castigó por haberse fugado de la jauría. El pequeño lobo veía muy triste al horizonte, pues pensaba en ella. Pero estaba cansado después de esta odisea, y durmió un poco…

Antes que saliera el sol, despertó, pues tuvo una pesadilla. Toda su familia dormía, y se escabulló nuevamente para llevarle agua, tomó el recipiente y corrió antes que lo vieran. Iba más rápido que nunca. El agua brincaba y se agitaba, pero no caía fuera. Al llegar, se la dio a beber. Pero ella necesitaba más. Un poco de su esencia, y antes de cerrar sus hojas, tomó un poco de su sangre. Esto se repitió varias noches. En una ocasión, Dola le dijo que su partida estaba cerca. Preocupado y lleno de miedo Tao preguntó

-¿Cuándo? ¿Me dirás? ¿De verdad tienes que irte?- Pero estaba cayendo el sol, y antes que se diera cuenta, ella cerraba sus pétalos.

-Muchas gracias-Dijo antes de dormir.

Tao se quedó todo el tiempo que pudo para evitar su partida, pero necesitaba comer, y salió un momento. Pero antes de llegar, vio un destello de luz a lo lejos, y corrió. Ella no estaba. Tao corrió hasta donde alcanzó a ver la luz. Y lo llevó al final del bosque. Continuó corriendo hasta que no había pasto, árboles y la tierra era áspera. Estaba en el desierto. Sus patas no resistían el calor y la oscuridad estaba próxima. Con la fuerza que le quedaba, escarbó en la arena para protegerse del frío. Estaba en un lugar cálido, pero peligroso, pues era el hogar de una serpiente.

-¡No me mates! Por favor, necesito encontrar a alguien que me importa.

La serpiente se burló de sus sentimientos, y le aseguró una muerte dolorosa. Tao salió corriendo de ahí hacía ningún lugar.

Viajó durante mucho tiempo, sus patas habían recorrido muchos caminos y sus ojos habían visto todos los paísajes que el planeta tenía por ofrecer, su pelaje ahora era blanco y estaba fijo en el horizonte.  Ahora era un lobo adulto.

Nunca supo por qué. No platicaron mucho tiempo, pero él la soñaba, escuchaba su voz y desde el día que cayó en esa zanja, la había amado, y estaba determinado a llegar al fin del mundo para encontrar a Dola.

Un día, llegó a un blanco paraje- la lluvia caía lento y frío- pensó. Esto lo extrañó, pues no era de noche. Buscó por todos lados, cada vez con más desesperación y miedo. Cada paso era más lento, se agitaba más con menos esfuerzo, y cada aliento le congelaba las entrañas. Lentamente sus ojos se cerraban, se doblaron sus piernas y se desplomó sobre aquellas nubes gélidas. Sus ojos estaban inundados, había fallado. Y los cerró sólo para abrirlos una vez más. Reconoció un olor, único en todo el mundo. Es ella-Pensó-es Dola. Y se levantó de nuevo, con más fuerza en sus patas que antes. Con cada paso recorrido, distinguía una luz, esa luz azul claro.

Llegó ante ella, ahora era una mujer hermosa y muy grande comparada con su tamaño anterior. Sus ojos eran más grandes y profundos, su cabello estaba adornado por guirnaldas celestes. Ya no tenía espinas ni hojas, y alrededor de sus pies había flores y pasto. Tao estaba mudo. Pensaba que estaba frente a una diosa.

-Veo que has crecido- Dijo Dola con una sonrisa cálida en su rostro.

-Igual que tú-replicó muy nervioso.

-Perdóname por partir, por favor, yo…

-La interrumpió

-Eso no importa. Sólo importa este momento…

-Yo sé lo que sientes-Dijo ella abruptamente.

Los ojos del lobo se abrieron, sus mejillas se enrojecieron, y escondió su rostro lleno de cicatrices entre la nieve.

-Lo vi en tus ojos desde el primer momento que platicamos, hablan más que tú y los adoro. Son muy hermosos.

Él había recorrido desiertos, bosques, infinidad de peligros, y nunca había tenido tanto miedo como en ese momento. No podía articular palabra alguna. Nuevamente sentía que se iba a desvanecer.

-Está bien, lo entiendo- acarició dulcemente su rostro. Ambos sonrieron llenos de lágrimas.

Toda la noche hablaron sobre las aventuras de Tao y los paisajes que Dola había visto.

-Te seguiré todas las noches-dijo Dola-, no hagas travesuras, y pórtate bien.

-Eso no te lo prometeré-dijo Tao-, espero verte pronto.

Ella levantó sus brazos, alzó su rostro y cerró los ojos. Su cuerpo brilló como el sol, y ascendió como un cometa. El firmamento resplandeció con su tenue y cálida luz azul. Las flores, los animales y los hombres miraron por primera vez al cielo. Todos al mismo tiempo. Todos en silencio y asombro. Todos menos Tao. Lo desbordaba la tristeza, pero también la felicidad por verla brillar. No se pudo contener…El primer aullido rompió el silencio, fue tan fuerte que las aves volaban sin control, los peces brincaron fuera del agua, todos los que miraron al cielo buscaban ese sonido. Sentían su dolor.

El lobo caminó triste y sin rumbo durante muchos días. Siempre aullando en el día y soñando con Dola por las noches. No comía y por las noches se escondía para que Dola no lo viera llorar.

Pero un día se le ocurrió:

-Tengo que llegar al cielo, buscar a alguien que me diga cómo llegar. Ya había estado en todos los lugares menos uno. Se dirigió a la playa. Al llegar, había una enorme montaña y le preguntó a una parvada de gaviotas si sabían cómo llegar hasta allá o si podían llevarlo.

-Nosotros no podemos ayudarte, ni llegar hasta donde tú dices, pero en la montaña hay un viejo halcón que ha volado por todo el mundo. Tal vez él pueda ayudarte.

Les agradeció y nadó hasta llegar a la montaña. Escaló y caminó mucho. Tropezó en algunas ocasiones, pero al final llegó a una cueva. Una amedrentadora voz le dijo que se fuera. Tenía mucho miedo, pero de ninguna forma retrocedería en su búsqueda.

-¡¡Por favor, no me lastimes!! busco a un halcón. Quiero llegar al cielo y me dijeron que él ha viajado por todo el mundo, y tal vez podría ayudarme.

-Lárgate de aquí-dijo de nuevo.

-Dime dónde está y me iré de aquí-respondió desafiante, mientras los pelos de su lomo se erizaban y enseñaba sus garras y colmillos.

Lentamente se acercó a él una pequeña figura, era el viejo halcón.

-Sólo si tienes un propósito muy fuerte y un corazón puro, podrás llegar a ese lugar- dijo el viejo halcón.

Conforme se acercaba pudo verlo, sus alas rotas, sus ojos lastimados, sus plumas llenas de moho, su voz quebrada.

-En la cima de esta montaña hay un puente, y si eres digno, se abrazarán el cielo y la tierra para que puedas pasar de un lugar al otro- Tao sonrió- Pero si no lo eres, caerás, y pagarás el precio.

-Pasó saliva-¿Cómo sabes?

-Yo lo intenté-dijo esto mientras se adentraba de nuevo a la cueva.

-¿Por qué querías hacerlo?

-Piensa bien lo que harás…

Pero no había nada que pensar, sólo quedaba un camino, un último intento. Corrió como nunca lo había hecho. Cada vez el paisaje era más blanco, brillante. Continuó firme. Siguió y siguió hasta que no había azul, ni rastro del sol. El color de la tierra desapareció, emoción y miedo recorrieron la espina como un relámpago helado. Poco a poco olvidó la sensación de la tierra, la respiración se hizo lenta, los recuerdos se desvanecieron…menos uno. Cerró los ojos y se entregó a la briza.

Este es el fin-pensó-

Dio un profundo suspiro y antes de un parpadeo…plumas multicolor lo abrazaron entre polvo cósmico y antorchas.

 

Octavio Márquez