Alberto Escobar

Cleopatra y César

 

 


Yo no soy tu esclava, sino que tú eres mi huésped.

 

 

Me sentía en peligro ante el predominio romano.
César estaba dirimiendo su liderazgo en el imperio,
y buscó mi apoyo, que yo le ofrecí con prontitud, 
sabedora de apostar a caballo ganador.

Lo que no preví, raro en mí dada mi capacidad, fue 
que caería rendida a sus pies como una colegiala, y 
y es que a su lado me sentía una reina, solos navegando
sobre la tibieza del Nilo, en un majestuoso bajel que
hacía las veces de morada flotante.

César se desenvolvía cerca de mí con toda la molicie que 
le proporcionaba hallarse lejos del escenario beligerante.
En Roma se rasgaban las vestiduras ante la avidez de poder.
Mi amado Julio lo ostentaba con seguridad y en la melíflua
estancia palaciega soñaba con ser rey aclamado por el vulgo.

Me excitaba pensar que algún día recibiría los honores de
reina, entrando en triunfo en Roma para proyectarme a la
posteridad, como así fue...


Cesarión fue la síntesis de mi pasión, que pronto se esfumaría
por las sentinas de la traición.


Marco Antonio, su fiel escudero, hizo de argamasa de mi vacío.