Eduardo Yar

El color del coraje

Primero lo sentí,
lo acumulé. Fue suma de colmos.
Luego azoté mi puño.
Fue invasión de la quietud
como piedra que rompe el agua de un lago.
Y reventé mi mano contra el vidrio.
La sangre agitada ya corría hace rato.
Se salpicó la bilis. Era roja de ojos
y negra de alma revuelta.

¿Qué pasó?
Fue la burla y la palabra rota.
Fue el abuso que ya existía hace rato.
Fue la miseria que no se conoce
y mucho se dice y reclama.
Fueron los brazos cruzados
y las lenguas sueltas desde hace rato.
¿Palabras?
También corrieron y aquí vinieron a dar:

Fue una \"chinga\" acumulada;
Fue una \"putiza\" desahogada;
Fue arremeter con \"re\" y redoblar.
Me reviento el puño de decir:
\"rechinga\" y \"arrechingadamadre\";
me recargo el ojo rojo de decir:
\"reputiza\" y \"arreputadamadre\".
¡¡Luego el grito!!
¡¡El hijo de la chingada lengua grito!!

Se siente, se dice, se azota, se escribe...
¿Y qué?
¿A dónde se fue lo blanco de mis ojos?
¿A dónde la paz de mi pasado?
¿Qué conoce mi mano reventada
que no sepa un niño con futuro arrebatado?
¡Ese golpe ya lo llevaba él
desde su madre encinta y violentada!
¿A quién le duele un puño detenido?

Malparida la palabra que hable de dolor
si la miseria no le duele.
Malpensadas las manos que se azotan
si el dolor no les nace.
Confundido el que lea
y piense que esto es un poema.

Hay mordaza para tapar un grito incómodo.
Hay fusil para detener un golpe justo.
Pero gente con ojos llenos de letras serias
y boca colmada de razón
frente a los cínicos canallas,
es fusil contra fusil.

Si alguien se incomodara de estas letras,
alguien del aparador o en posición de jaque;
si alguien se santiguara de mis palabras,
alguien de pensamiento corto y lengua larga;
que ese alguien recuerde cuando dice en voz baja:
robar, calumniar, mentir, matar.

A esos que se asustan de palabras
y después buscan lo negro de la noche
o la complicidad de una apariencia
para joder como mandriles en celo,
yo les regalo el acto.
Concederme la palabra.