Antonela Chiussi

(en proceso)

Tiritan mis dientes de frío, el mismo que se cuela por los agujeros de las fosas nasales cada vez que respiro.

Suben, velózmente, minúsculas agujas congeladas para clavarse internamente alrededor de mi cráneo. Y ya no se si el ruido que retumba  proviene de la mandíbula o de mi mente eferma. Me acurruco dentro de mi pulover a rayas y el aire se vuelve húmedo y cálido. Estiro mis manos y enciendo un cigarrillo.


Exhalo y el ruido se disipa junto al humo, ya no perturba mis oídos, ni la planta de mis pies, vuelvo a mi (o quizás esté huyendo).
Necesito atravesar esa puerta que conduce al mundo exterior y entonces caminar, correr, llegar, teletransportarme de este caos de ruedas y bocinas, de tic tacs acelerados, de asfaltos que queman, que invaden, que marean.

A veces me urge la vida y me duele el tiempo.Pero salgo.


Luego el silencio, el vacío, el vértigo de las horas que parecieran detenerse.Y brota (una vez más), desde la tierra, la más cruel de las sinfonías, como semilla que germina en tallo y crece, enredando las piernas, recorriendo mis caderas, anudando mis dedos hasta llegar a mis oídos para penetrarlos.


Me dejo caer, la madera se queja, pero me contiene. Cierro los ojos. Me dejo llevar por el vaivén de mi columna, por la verdad de cada suspiro, por el viento que me despeina y humedece los ojos. Mi cuerpo deviene movimiento, mi alma danza y mi mente paz. Pareciera que el único lugar donde conservo el equilibro es en cada salto, en cada giro, en cada caída al suelo.

Achino los ojos para que el Sol no me ciegue la mirada, destellos de luces de colores al pestañar. Sonrío a cielo abierto, mientras bailo. Bailo el aire. Y al aire. Y en el aire. Bailo mis sueños. Sueño que bailo. Bailo que sueño.Levito entre el rugir de hojas secas (pero vivas) y la música se hace canción.La noche me tiende la mano e invita una pieza, las estrellas son mis cómplices y la emblemática luna me mira desde abajo.

La recorro sin tocarla, pero sintiéndola mia.

Me sé libre al igual que ella,

me sé sola también.

Me sé agrietada y amorfa

Me sé fría y lejana.

Me sé iluminada.

Nos bailamos espejadas y el éxtasis es tal que no cabe en mi pecho, que desborda en carcajadas parecidas a la felicidad.

El tempo de mi corazón marca el compás.

Palpita.

Late cada vez más rápido, y la sangre comienza a arder.

De repente: tengo miedo.

Se contraen los músculos.

El aire silba en mi garganta, como un gorrión huérfano, cantando hambriento al vacío.

Tengo miedo del tiempo y tengo miedo del no tiempo, también.

Tengo miedo del sí y del no. Y aún más del no saber, que se instala vertigionamente, paralizandome.

Tengo miedo de la libertad.

Mis tobillos tiemblan, me tropiezo y caigo.

Y a mayor altura, más grande el impacto.