Alberto Escobar

París

 

 

Être Parisien, ce n’est pas être né à Paris,
                                             c’est y renaître.


                                                Sacha Guitry

 

 

 

Permanecen en mis recuerdos varios Parises
que son dignos de encomio, el primero fue el
que me vino a buscar a la estación de Lyon, 
el segundo, se me volcó encima a la vista de 
de la majestuosa Tour Eiffel, al pie del pont
de Jena y el tercero, el que suspiré desde los
antepechos del Arc du Triomphe, que se alza
ufano atalayando los famosísimos Champs
Elysees, estampa imprescindible.

Llegué a París el día después de hacer escala
en la Ciudad Condal, donde solo tuve tiempo
de rendir pleitesía a la juventud agolpada en
la arena de la Barceloneta, que se solazaban
cual si se tratara de una discoteca con vistas.

El baño en este Mediterráneo barcelonetense
fue como una cálida inmersión en una bañera
hogareña; el agua estaba tan caliente como el
ánimo de los bañistas que acogían los verdes
mojitos, que circulaban en incesante tráfico.

Paris, inmenso en lujo y piedra, cada palacio
es más suntuoso que el anterior, más clásico.
Lo romano y lo griego se mezclan con el oro
de las exposiciones decimonónicas y el verde 
cardenillo que tachona grotesco las avenidas
mas señeras de la ciudad.

El Sena, dueño y señor de su trazado urbano.
Puentes que se cuentan por decenas, cada uno
guarda cuentos que daría para sendos incisos.
Me sorprendió la elegancia del Alejandro 3º,
erigido para la exposición de 1900, símbolo de
la alianza franco-rusa, y la leyenda del puente
de las artes, donde los tórtolos simbolizan sus
amores eternos lanzando al agua ilusa la llave
de sus candados.

Si quieren saber más de París, ya saben...
Ya les he aburrido bastante.