Alberto Escobar

Milagreros

 

 

El Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David,
el que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre.
                                                            Apocalipsis.

 

 

 

Se acerca el día del Juicio Final.

 

Las iglesias lanzan sus huestes
a predicar por las calles, sacar
rédito al nublo que patrocinan
los medios de comunicación.

Es raro el día que no soy herido
por llamadas de atención que
pretenden robar unos minutos
de mi tiempo para preguntarme
si fue antes el huevo o la gallina,
que persiguen cazar desesperos
para acorralarlos entre los muros 
de su iglesia, la misma que mojó
mi frente cuando no tenía voz.

Vivimos unos tiempos en que los
campos están minados de atroces
depredadores de almas que vagan
zigzagueando sus miserias.
Ofrecen edenes que solo existen
en las obras pictóricas de artistas
holandeses, Jardín de las delicias.

Desoigamos a los milagreros.
Confiemos en la fugacidad de las
tempestades, que siempre mojarán
corazones ebrios de sangre.

Nada puede crecer para siempre.
El ocaso ofrece el descanso justo
al apogeo para que renazca como
ave Fenix, resurrección.

Cuando escasea la pitanza brilla la
ley del más fuerte, camarón que se
duerme se lo lleva la corriente.


Es natural querer acercar el ascua
a nuestra sardina, mas evitemos
acabar en la parrilla del espabilado.