Alberto Escobar

Farinelli

 

 

Ángel que se eleva del barro ufano.
Hijo de Euterpe y de Orfeo engreído.
Infante, en querubín convertido.
Tu voz derrochaste, pero no en vano.

Mi talento se declaro temprano.
Ricardo asombrado y sobrecogido
me acompañó en vasto recorrido
sorbiendo de mí cual vil soberano.

Seduje al mismo Händel y su corte,
que vibraban ante mis notas infinitas.
Las bellas damas perdían el norte
cuando osaba cual hambrienta termita
roer la entraña al de sereno porte.
Fui solo voz, canto que el cielo imita.

Recalé bajo los perfúmenes felipinos.
Me supe caja de música en sus noches
de insomnio y esquizofrenia.

La melancolía real hallaba lenitivo en mis
cinco arias nocturnas, que le elevaban a
cielos de ángeles con pelucas empolvadas.
Muerto el rey murió mi influjo cortesano.
Volví con mi música y mis recuerdos a 
Italia para morir donde nací.

Mi vida, cuento de hadas que transforman
a príncipes en ranas cuando creen alcanzar
la inmortalidad.