Alberto Escobar

Viejo, Maduro

 

 

Ten cuidado con las palabras.

No es lo mismo ser viejo que
ser maduro.
El matiz está en cómo has
gestionado tus emociones.

El que es viejo ha sido vencido,
ha doblado el espinazo ante los
rigores cotidianos.
El maduro ha sabido integrar el
dolor, el miedo, ha aprendido.
El apio verde tuyú de cada año
es un diapasón que marca el
ritmo de nuestra degeneración.

Quien se siente capitidisminuido
por el peso de las secuencias que
han constelado su filmoteca ha
claudicado, está cansado de vivir.

Quien afronta con naturalidad,
quien resta trascendencia a lo
que vemos y sentimos no podrá
calificarse de viejo, habrá vencido.

Cuando la vida te empuja a volver
a empezar a una edad en la que
se conviene necesario disfrutar
del descanso del guerrero, y crees
que ha sido un castigo del señor,
sostengo que eres viejo, no maduro.

Si te sabes nota discordante cuando
vuelves a los lugares de tu juventud
y te sientes marchito ante el verdor
ambiente, sigo sosteniendo que eres
viejo, no maduro.

Quien tasca el freno ante la erosión
de lo injusto y lo asume para que
la siguiente mordida sea mayor,
está sabiendo vivir, asumir, y por 
ende sigo sosteniendo, es maduro,
no viejo.

Quien se extravía en el camino que 
va trazando como estelas en la mar,
y aprovecha para explorar la fronda
que se abre a sus ojos, disfrutando  
de la sorpresa del hallazgo, sostengo 
finalmente que es maduro, no viejo.

Las campanadas que anuncian el año
que nace no deben acallar el fragor
de la cascada de la vida al caer.