La consigna del amor
cantando está sobre las frondas sumergidas de la tierra.
¡Oh, acordeón dormida en el labio de las sombras!
Cometa soterrada libando en el sueño pomar
de los guindales.
¿Acudirás al llamado del amor y de la muerte, con tu
estridor bucólico
cuando aflores como un albatros dorado
sobre el oleaje estelar de los cerezos?
Dime pequeño tamboril del estío,
lagar de savia, río que bajas y te pierdes
en las ramas azules del cielo:
dónde perdiste tu reloj polar,
tu calendario de pasos planetarios.
Cuánto tiempo durmiendo
en las despiertas veredas cegadoras.
Algodonada savia de luz menguante.
Corazón batiente en la pestaña de tu luna;
eres como un beso nocturno.
Cuánto amo el arroyo dulcísimo de tus estelas;
los arcángeles que desprendes cuando vuelas,
desde tus alas.
Yo sé dónde se va el amor en primavera,
cuando los pezones de la higuera vuelven
su rostro generoso a la cascada curva de unos senos,
pero tú pléyade fabulosa, almíbar del bosque,
lavanda de candiel y púrpura,
en qué subducción de cantos vibrátiles te escondes,
cuando las gotas vuelven como un ruego
hacia la inmensa lágrimade de la esfera.
¡Ah, cuánto queman tus cenizas sobre las hojas
cuando cabalgas sobre tu pequeño sol de invierno,
bajo la paciente bóveda de la primavera!
Eres como las copas…
que brindan despidiéndose,
en los labios callados de los muertos.
Cigarra, qué extraño es tu nombre
y la fracturada geografía de tus pasos.
Infanta pluma de vino
buscando en el ala de los trinos
el celeste sonido de las órbitas.
Yo sé que todo se va difuminando
en polvo transido y olvido…
y las manos serán exuvias de caricias con el tiempo,
pero tú, hemíptera golondrina
de tejados leñosos,
seguirás rebotando como el último adiós
en el eco de tu canto,
en tu llamado de amor y de recuerdos
cuando este cuerpo, estos huesos,
que te dibujan en palabras, en locuras,
bajen como tú,
a ser raíces, lagar de pétalos, de frutos,
entre los frescos brazos de Braggi.
Alejandrina.