Santiago Miranda

La niña que dormía con perros

 

No disguías entre hombre y fiera
en tu paseo reconocías el espacio
de c/u y compartías el dolor de aquellos
que no podían hablar desde la palabra
pero que significaban todo sentimiento
desde un aullido, desde el mecanismo
de su vuelo, desde una mirada agotada

 

En sí sólo un nombre, un brillo implacable
en tus planetas esmeraldas -No contestas-
es tu silencio todo vendaval, desatado fue
la pena que incontable descendió de tu mirada
o el valle de tu mejilla reseca -que luego, beso-
¿qué riega aquello? ¿cual páramo en sequía,
moras?
             El jardín de los cielos

 

Todo decae; el cielo, la historia, el pensamiento
y me pregunto ¿me quieres más que antes?
¿hasta cuando?, ¿mañana?, ¿todo rebalse?

 

Hasta que nos veamos desnudos, completos
desde la figura que cada uno proyecta
lejos de la sombra y del engaño, cuando dejemos
de conocernos a través de fuentes secundarias
y notemos que cada uno era
lo que como mandato podía ver
del otro, aquella ilusión ya dada

 

Se desvanece como nuestro pasado
y ya no recordamos todo el bagaje necesario
que fue acumulado hasta el punto donde
el pasado se regala en conversaciones
y se deja lo mejor plantado en cada temporada
con el afán de esperar algún futuro soñado

 

Ya no recordamos como fue que aquí llegamos
y todo recuerdo se contagia de la palabra
del otro, te digo uno es uno y su opuesto
aquello que reniego o que intento en fracasos
ocultar de mi vista, pero tú me dijiste que dormías
con perros, y no era sólo eso lo que tu acto
enseñaba, que comprendías la fragilidad de lo necesitado
y nunca antes te hallé más hermosa ni más desolada