ALFREDO

Heraud, tú aún respiras

Y es que se quedo estático,
no movió ni su reflejo,
se quedó con el rostro fijo,
mirando,
observando
como venían pedazos hecho muerte:
pedazos de fin incierto,
pedazos de agonía estacionaria,
pedazos de metálicas estrofas
que estallaban en su cuerpo.

Y es que se quedó estático:
era uno con el río,
era la parte que nunca muestra el agua,
era el bocado perfecto de lo inerte,
era un hombre
que retaba con el puño en alto
a todas las alternativas posibles de la muerte.

 

Y es que se quedó estático:
más que sangre,
emanaba poesía;
y no se disolvió, él se

convirtió

en un sendero inacabable

de crepusculares

revoluciones.

 

Y es que se quedó estático:
su voz, ni se escuchó,
pero sí

su fuerza, su vigorosa fuerza:
ya que afloraron olas de los valles,

ya que los ríos

deseaban vengarse de los mares,

ya que las aves

iniciaron su viaje en el subsuelo,
ya que la poesía
se alejo de los artistas.

Y sus ríos

y sus valles
y sus pájaros

y sus árboles
declamaban:
Heraud,

tú aún respiras,
Heraud
has que lluevan versos
cuando nades por los ríos
de las eternas utopías.