Alberto Escobar

Trafalgar

 

 

El fuego que se desató entre El Príncipe
de Asturias al mando de Gravina y el
Victory de Nelson fue tan feroz que tras
las primeras andanadas ya se sellaron
centenares de bajas, la mayoría del lado
aliado, para desgracia del emperador.

La afluencia de obuses era tan
espectacular que hasta el escondrijo más
recóndito del navío español no fue 
resguardo suficiente para contener a la
muerte.

Juan Manuel, un herrero de la localidad
de Vejer de la Frontera, que fue alistado
a la fuerza por los gendarmes franceses
que patrullaban las inmediaciones del
teatro bélico, se debatía entre la vida y la
muerte bajo la lluvia de proyectiles que
volaban alrededor de su cabeza.

El médico de la dotación del egregio navío
aliado no daba abasto, debía entregarse con
trepidación a la atención de los heridos:
fluían las costuras de urgencia para
contener hemorragias, torniquetes, 
amputaciones de miembros superiores e
inferiores...

Juan Manuel tuvo el acierto de lanzarse al
mar para ser rescatado después de varios
días a la deriva, porque el navío que lo
albergaba se prosternó ante la Parca de los
ingenios acuáticos a las pocas horas de
entrar en acción, ese maldito día de octubre
de mil ochocientos cinco.