Alberto Escobar

Edipo

 

 

El rey layo quiso darme la muerte
nada más nacer, dijo el destino
que yo rasgaría cual cuero fino
su piel alcanzando mi juventud.
Dejóme a merced de las alimañas
hasta que el rey Pólibo de Corinto
me recogió con un manto sucinto.
Me devolvió mi lastrada salud.

 

Crecí pensando que mi padre era Pólibo.
Mis amigos insinuaban, entre bromas y veras,
que él no era quien yo creía.
Quise salir de dudas preguntando al Oráculo.
Ni corto ni perezoso me dirigí a Delfos para
satisfacer ni desazón, que no hizo sino crecer
desde que se pronunciara mi sino.
¡Matarás a tu padre! anunció tajante la pitia
envuelta en una nebulosa mágica.
salí del templo sumido en una densa zozobra
que conducía mi cuerpo al naufragio, y decidí
con exultante arrojo no volver a Corinto para
burlar el destino.

Al cruzar uno de los puentes me encontré con
dos hombres, uno de los cuales me ordenó ceder
el paso a su acompañante; ante mi negativa nos
enzarzamos en una disputa que acabó con la
muerte de uno de ellos tras apuñalarle con mi
daga.

Resultó que el interfecto era mi verdadero padre,
el rey Layo de Tebas.

El destino dirige nuestras vidas sin que nuestra
conciencia pueda oponerse.


Aunque pongamos todo nuestro empeño.