Alberto Escobar

Fausto

 

 

No puedo soportar mi vida en la ignorancia de tantas cosas.
Soy un hombre ávido de saberes, desvelar los secretos del
Universo es la única razón de mi existencia, por otra parte
tan anodina... se ahoga en el prosaísmo de lo cotidiano, el 
eterno retorno de lo mismo se me hace harto insoportable.
Soy Sísifo transportado en el tiempo con su piedra a cuestas,
reo eterno de la maldición y castigo infligidos por los dioses.
Soy el agua que discute de continuo con la orilla, que choca
movido por una fuerza sobrehumana, inexplicable a mis ojos
de viviente ignoto, que hace acopio de preguntas que fluyen
surcando los mares del tiempo sin hallar nunca respuesta.
¿Para qué quiero mi alma si esta sufre de incomprensión?

Mi alma yace marchita ante el interpelar constante de la 
curiosidad más recalcitrante; debo haber nacido en un siglo
equivocado, temprano a mi deseo de saber, por que la ciencia
y la técnica presentes no pueden desentrañar ninguno de los
arcanos que me dominan.

Esta noche convocaré a Satanás para sellar un pacto con él, 
le ofreceré mi alma, paloma sin alas y sin hálito, a cambio de
todo el saber acumulado por la especie humana hasta hogaño,
y el disfrute de los placeres que nos ofrece nuestro mundo
¡estoy ya expectante de su aparición!
que me gustaría que fuera una suerte de Deus ex Machina
sumido en espesa tiniebla.

Desde que tengo uso de razón me he cuestionado las lógicas
artificiales que me rodean, lógicas construídas sobre un armazón
de papel y alambre que no resistirían el embate de un suspiro.
He buscado aquí, allá, acullá y en todos los cajones de mi mundo
interior la verdad de mi percibir, verdad que solo puedo hallar en
la inmensidad de una gota de adn que se enfila como estalactita
que se esclerotiza al paso de la lastrante ignorancia.
Me transforma en un basilisco el solo concebir mi eterna
ignorancia, ¡daría todo lo que me rellena y me posibilita por un
segundo de omnisciencia!


En cuanto me conceda Mefistófeles todos mis deseos escribiré el
mejor ditirambo que pueda imaginar la frágil mente humana,
me dejaré lacerar por las aristas que el icosaédrico placer me
esgrima y, una vez satisfecho de mi insastifacción me entregaré a
la muerte reduciéndome al estado larvario que me arrojó a la vida.
¡Seré el concertino de las mejores zambras que se bailarán en los
aduares del mundo!