Alberto Escobar

Paco de Lucía

 

 

Aprendí a amarte con la costumbre.
Mi despertar del letargo uterino
se mecía a tus sones,
como el vago atardecer vespertino
se disuelve entre flores
de caléndula, que anuncian la cumbre
de tu genio universal.
Tus dedos son colibríes que pulen
la terraja de plata
de tu guitarra y vibra cual vestal
ahíta tras extensas libaciones.
Tu factura digna del dios de seis cuerdas.
Tus ecos que llenaban estancias,
brotaban de un tocadiscos sin importancia.
No pude evitar quererte como te quiero.
Te venero como a una efigie que se hizo
compañera de sumas y restas por resolver.
Me ayudaste a extinguir todas mis hogueras.
Me ayudaste a incrustar los arpegios en las
comisuras de mi sanctasantórum musical.
Me ayudaste a ventear vanidades pueriles
que siempre amenazan como pájaros de mal
agüero.
Gracias a ti siento una marabunta subir desde
mis pies cuando la música prorrumpe en mi ser.
Siento como un latigazo de endorfinas arrasar
mis hematíes sedientos de plasma.
Es como si de un plumazo tus notas que retuercen
el flamenco devoraran hasta la muerte mi débil
carne humana, víctima de los efluvios del corazón.
Eres el nuevo demiurgo que bajará para asistir al
juicio final al son de guitarreos imposibles, únicos.
Te sé filacteria de mis noches de insomnio, amuleto 
que me protege de los ruidos infernales que queman.
Te uso frente al mezquino sin boca para tan rica miel.
Me revisto de ti en la sacristía de mi infancia, arpegio
de clave de sol que nació contigo y vivió en tu seno.