Súplicas arañando la puerta
y un egoísmo sordo detrás de ella.
Desconsuelo que trepa por mi tibia como hiedra venenosa,
que se extiende despaciosamente a través de mis tejidos
como gangrena,
como una copa de vino derramada sobre un casto mantel,
nieve inyectada de sangre,
mi sangre ensuciando tus palmas,
regando tu vientre de gestante
que echa raíces en una exculpación putrefacta.
Y darás a luz tanta oscuridad
mientras latan mis párpados purulentos
a un costado del olvido.
Y te embriagará imaginar
debajo de tus yemas
la suavidad de una cicatriz de expurgación,
bestia dormida.