Alberto Escobar

Purgatorio

 

 

¡Me estaba pareciendo increible!
¡Yo, en mi mismidad, entrando en las puertas del purgatorio,
como ya hizo Dante en compañía de Virgilio!
Me vi desde el primer instante invadido por una zozobra
abrasante, sentía como me subía desde las plantas de los pies
una especie de carcoma que me iba devorando célula a célula
todo mi cuerpo, como si el propio Hefesto me aplicara desde
el crisol de mi debilidad el divino fuego que le fuera robado por
Prometeo.
Seguí caminando solo, sin compañía que tan siquiera me devolviera
el eco de mis palabras, subiendo una suerte de escalera que ascendía
a un aparente limbo, donde las almas expectantes aventuraban sus
anhelos de reencarnación.
Al alcanzar la cima me hallé testigo de un espectáculo visual; las mejores
vistas que imaginar fuera posible.
Disfruté de la magnificencia de un cielo azul intenso, un cielo sin cometas
ni esperanzas, pero inmaculado y ahíto de posibles desenlaces.
Impávido e inconsciente del trance, se me declara a mis pies una hecatombe
que está a punto de arrastrarme hasta su vórtice; me sujeto como lapa a mi
épica y, dando un golpe de ancas, me subo a la superficie que estaba a punto
de desmoronarse, y con un veloz movimiento de caderas me pongo a salvo.
La calderilla humana que me sentía en ese momento se reveló, pongo pies en
polvorosa y me dirijo a la salida, que lucía por su casi inexistencia.
Me encuentro justo en la entrada a Pigmalión retozando con su ansiada Galatea
en un éxtasis de amor que haría las delicias de cualquier cinéfilo.
Franqueo justo a tiempo de cerrarse las puertas del Purgatorio y caigo de bruces 
sobre la vitrina de una joyería, donde se exhibe la mística del brillo aparente, las  
últimas creaciones de lo superfluo. Hecho mano de mi retórica para decirle a mi 
amiga que necesito salir fuera a fumar y puesto ya el pie en el estribo, escaparme
de la fiebre consumista que nos corroe el intelecto.
Despejo finalmente todas las incógnitas que flotaban todavía entre los pecios de
mi consciencia y claudico ante la erótica del memento mori y la poética de las
ecuaciones...


Por fortuna dispongo de espaciotiempo para solazarme, en el siglo del mundo visible,
bajo la maceración de un baño de sales...