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CERVANTES... PIONERO DEL DERECHO CONTEMPORÁNEO

 

CERVANTES...   PIONERO DEL DERECHO CONTEMPORÁNEO

 

 

 

 

Hablar de Don Quijote, mejor dicho, del Ingenioso Hidalgo de La Mancha, el Justiciero de las inmensas Llanuras Castellanas, es reconocer que detrás del colosal personaje conocido por todo el mundo de habla hispana, hubo un hombre de dimensiones humanas inconmensurables y, ese caballero fue nada más y nada menos que Don Miguel de Cervantes Saavedra, oriundo de la antigua Complutum, exactamente de la hermosa Villa de Alcalá de Henares.

 

 

Fue, utilizando el muy coloquial y arcaico lenguaje castellano con el cual el mismo Cervantes lo describió, el desfacedor de agravios y enderezador de entuertos. Gratuitamente no abroqueló a su fiel escudero con el nombre de Sancho, pues, en la copiosa nómina de monarcas ibéricos pulularon los Sanchos y, en justicia, como sabía y solía hacerlo, a su compañero de cuitas y aventuras, le endilgó la conocidísima chapa, porque aparte de tenerle en grande estima, también quiso ponerlo a vivir, como recto y honrado caballero, a Cuerpo de Rey, con ínsula y todo, a su haber.

 

 

 

Su obsesiva compulsión por la caballería, deviene, propia y exactamente hablando, del interés mismo por administrar el tradicional trato, que en derecho, el derecho natural, más conocido como La Sindéresis, ejercían los valientes y ecuestres caballeros, a quienes tanto él admiraba, convirtiéndose en su acérrimo epígono, andante, atrevido, y aventurero.

  

 

 

Para Alonso Quijano, o Don Quijote, o Cervantes, que son la misma alma, porque en la inigualable y portentosa novela, con el personaje de marras, quiso poner en categórica evidencia su descollante afán de justicia; el aplicarla no sólo era potestativo de los reyes, no, él mismo nos entregó la invaluable lección de que, dentro de cada hombre, todo ser humano, cohabita un Juez en potencia, por muy humilde que éste sea. 

 

 

No se requieren suntuosidades palaciegas, ni mucho menos auríferas diademas o coronas que adornen testas y sienes, para reconocerle a cada quien lo que le pertenece, y, en justicia entregárselo; aparte de los bienes materiales, terrenales, y fungibles, lo de más brillo, estimación y trascendencia para el complutense o alcalaíno, era la dignidad humana, inalienable y nunca negociable, Patrimonio con el cual, todos, llegamos a convertirnos en inquilinos de esta bellísima y maltratada esfera, afrentada por cada quien se le antoja o se le viene en gana. Por ello, El Caballero de la Triste Figura, metido en humilde armadura, llevando la adarga del valor puro en sus manos, lanza en ristre, la lanza de su limpio corazón, se arrojaba contra cafres y tiranos. 

 

 

Sólo le bastó calarse sobre la noble y dura cerviz, el Yelmo

(bacía) de Mambrino, del cual, con marcada ingenuidad e inocencia, despojó al desprevenido e inofensivo barbero.

  

 

\"¿Sabes qué imagino, Sancho? Que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algún extraño accidente debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo ésta, que parece bacía de barbero, como tú dices. Pero, sea lo que fuere; que para mí que la conozco no hace al caso su transmutación; que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero, y de suerte que no le haga ventaja, ni aun le llegue, la que hizo y forjó el dios de las herrerías para el dios de las batallas, y en este entretanto, la traeré como pudiere, que más vale algo que no nada; cuanto más que bien será bastante para defenderme de alguna pedrada\".

 

 

Y, tampoco necesito de un brioso y caro alazán, para ir por villas y comarcas, a galope tendido, haciendo de noble centinela, no. Honradamente eligió la más humilde cabalgadura, al enjuto Rocinante, para que hiciera también juego y coincidiera con su desgarbada figura.

 

 

Y ya, como colofón, sólo me resta por decir, que, en El Quijote quedó plasmada, inventariada y consignada, la verdadera e incondicional postura jurídica, la del Derecho por el Derecho, y que no demanda fasto y ampulosa suntuosidad, ¡No! Exige, eso sí, como única y universal herramienta: ¡El código de la moral y del amor, para administrar la justicia y la verdad con vocación y convicción!

 

 

 

JAIME IGNACIO JARAMILLO CORRALES

Condorandino.