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El hombre en su círculo.

Ahí estaba lívido el hombre
buscando en sus penas y dolores,
las respuestas a sus desganas de vivir,
a la nula ansiedad de subsistir,
encontrar el porqué de su vano existir.

Camina en las calles desiertas,
cuando la muchedumbre abandona la rutina,
en las madrugadas donde duermen los vivos,
y caminan las ratas junto con los muertos,
acompañando al hombre en andar
observando la bendita soledad.

Él ensimismado en su dolor,
que fluye por el corazón deforme,
encuentra pistas en el silencio,
en el silencio de la triste Luna,
que llora destellos azules
al ver la tempestad del hombre.

Avanza algunos kilómetros en el páramo
imaginario de su soledad,  
ahí se inca y reza a sus Angeles y demonios,
que lo lleven a otro mundo, a otro universo,
donde sea distinto su andar,
donde no se sienta naufrago en la realidad.

La madrugada avanza en su misterio,
el hombre embriagado por las sombras,
alucina personas con las que habla y llora,
comenta sus desastres en un monologo infinito,
con las ficciones que lleva bajo el pecho
en sus sentimientos laberinticos,
comenzando en el alba al inicio del círculo.