Alberto Escobar

Parada y fonda

 

 

Os hablo desde la seducción del dique seco.
Depresión que se hace sima con el paso.
Convoco a todos los mercaderes que pugnan
por entrar en mi templo, no les dejo, es mío.
Aspiro a seguir siendo embrión, engendro que
emerge desde un archipiélago de chatarra.
Agradezco la bicoca de vivir de las rentas.
Mi copete emplumado será cercenado por
las tenazas de la experiencia.
Me sé en un pronto futuro barriendo las calles
al harapiento oráculo de la pitia de pacotilla.
Los luceros de la noche, en estos momentos,
hacen de improvisados obenques a los mástiles
que hollan mi desfallecimiento, que asemejan
la dulce melancolía del que ha vivido bastante.

No quiero cebarme conmigo mismo, pero la
postración en la que me hallo es hija de mi
insensatez.
Un porciento elevado de mi desgracia descansa
en mi exilio interior que no encuentra descanso
suficiente.
Solo en ti se puede subsumir este marasmo absurdo, 
tú que eres la regla de la excepción más excepcional.
Te tengo por alegoría de una alambrada de espino que 
presiona hasta el hematoma las aortas de mi estro.
Me gustaría devenir en hematíe que te surca hasta tu
corazón y que acaba bebiendo de las ubres de tu
lozanía medieval.
Julieta y Romeo, Romeo y Julieta enarbolando el negro
crespón de la desverguenza, llorando ácido lisérgico 
ante el pus del suicidio.

Me siento en este mojón kilométrico para repartir el pesado

atlas que Zeus tiene a bien consagrarme sobre los hombros.

 

Me declaro en huelga contra la ley del embudo de los sedicentes
sanedrines de la cultura.