Alberto Escobar

Rutina luminosa

 

 

Me he despertado esta mañana cantando
como un sinsonte, me ha penetrado un olor
a tierra mojada desde la deshojada ventana
que me anuncia la buena nueva de un luminoso
día.
Aunque mi discurrir diario se asienta en lo precario
de mi fuente de ingresos, sonrío a cada sorbo de 
ilusión que me asciende desde el tuétano de mis 
huesos, vivo convencido de que mi alegría no tiene
verdugo posible, y se alimenta de rescoldos invisibles
a los ojos.
Me encamino hacia el trabajo bajo la todavía ducha de
rocío matutino con la gallardía del que se sabe vencedor
de batallas libradas en la inconsciencia del temor.
Soy ajeno a la tierra quemada que se pregona con lujo 
de fanfarrias de ribetes dorados, anunciadoras de desgracias
no consumadas, y elijo bucear a pierna suelta en el tsunami
de cariño que brota de mis seres queridos. 
Cuando vuelvo a casa para cobrarme el descanso del guerrero
de mil batallas con mil molinos de viento, me sumerjo en la
enésima sucesión de gotas reparadoras que recomponen los
pecios de mi constante naufragio vital.
Suelto amarras para dejar libre a mi imaginación, para que esta
hagas sus necesidades como mascota desesperada.
Desciendo al foso de los leones para hacerme tinta de texto que
me transporte a mundos ideales por imposibles, y me evadan de
lo mundano por tedioso y repetido.
Me deslizo sobre la regla para desencerrarme de la lectura y atender
necesidades perentorias, la atención filial merece un espacio exclusivo.
Cuando venzo la aridez del desierto rutinario me sumo en un oasis cual
eden sin manzanas pero con playa al este, donde me recreo
con los caínes que aspiran a la disolución de las nubes o a la conquista
                   de la insensatez.

 
En estos momentos me prosterno ante el destino para que mañana llueva 
hacia arriba.