Alberto Escobar

Dolores

 

 

Vi a lo lejos una figura familiar.
Me acerqué desafiando la penumbra y distinguí
una presencia esbelta, angelical a mejor decir.
De mi tabernáculo surgieron imágenes que coincidían,
si bien desde mi perspectiva infantil, con las facciones 
de esa mujer, que ya superaba la cinquentena, aunque 
mantenía una lozanía envidiable.

Me dirigí a ella con la timidez del que teme errar, aturdido
por la sorpresa y la pugnacidad de mi curiosidad latiendo en mis
sienes, ¿ Te acuerdas de mí Dolores ?
Ella me miró como víctima de un hechizo, no se lo podía creer,
¡aquel niño que tuvo en sus brazos, que casi amamantó, le inquiría
por ensalmo en la calle!
¡No me lo puedo creer, eres Felipe ¿verdad?!
¡Sí, qué alegría verte, cuántos años, por lo menos diez..!
Nos contamos nuestras vidas entre sones constantes de carcajadas
de alegría, entre cláxones de coches impertinentes...
Nos prometimos volver a vernos, tener más contacto, no permitir
que la vida nos convirtiera en islas de océanos distintos, que lo efímero
del encuentro no se eternizara, que no desemboquemos en el mar de la
distancia, que no seamos seres en contínua despedida.
Al poco mis oídos fueron heridos por la noticia de su muerte, una distracción,
un atropello impregnado de vileza acabó con su hermosa vida, Dolores era
todo vitalidad, era un perseverar del sol en la metáfora de su sonrisa.
Dolores, cuna, hermosura, esbelta, brasas a pesar del hielo, despedida...
El azar vuelve a jugar conmigo a los dados para infligirme de nuevo quince y raya
en el sanctasantórum de mi esperanza.
Me quéde, y aún me quedo, con el fuego en el estómago ante tamaño mazazo.
Ni siquiera me pude despedir de ella porque la noticia me llegó tarde, todo este
trance lo viví como la antítesis de la primavera, que en esos momentos me practicó
una disección en mi optimismo, un corte transversal a mis sinrazones vitales.

En este preciso instante, en que asisto a la transcripción terapéutica de esta desgracia,
procedo a guardar un minuto de silencio en deshonor del tiempo que se pudre en
los relojes al trasponerse su fecha de caducidad.

Después de vaciarme el alma de lastre y sedimento, paso al siguiente renglón
de mi deambular por el infierno...