Diaz Valero Alejandro José

Carta de un reo a su esposa

 

En este mundo mío que te absorbe

y en ese mundo tuyo que me exalta

me siento el más grande de los hombres,

y me siento el más vil de las ratas.

Aquí donde muere de a poco la esperanza,

tú te empeñas en recalcar que existo

tus ojos de amor perdonan mis delitos

y sin aparente razón, justifican mis faltas.

No aceptas que soy un sátrapa

que nada bueno puede darte,

el que ha hecho de la mentira un arte

y con ella a diario te maltrata.

Sé que desde los quehaceres de la casa

haces intentos sobrehumanos

incansablemente buscando

mi ansiada e inmerecida libertad.

Ser libre para mí es necesidad

más para ti también lo es

y apenas yo de aquí saque mis pies

ya no serás libre ni tendrás paz.

Esa es la verdad que te niegas a entender

abre los ojos buena mujer,

un hombre como yo no te conviene

no dejes que el alma te envenene

ni atormente a la criatura que va a nacer.

A muchos les cuesta entender la ley

y esto lo digo, incluso por ti misma,

que vives de sofisma en sofisma

para sacarme de estas sucias rejas

porque te has metido entre ceja y ceja

con valentía y sobrado carisma

que soy el hombre que te pertenezco

cuando en verdad ya ni merezco

ser ese pobre presidiario

que recibe tus visitas casi a diario

a expensas de su propia integridad.

Buscas la aprobación de la sociedad

por tener que vivir este calvario.

Ayer murió un viejo reo

de los muchos que hay en prisión,

era inocente, eso creo

y nunca recibió consideración.

La esposa ante la situación

de una vez le dio la espalda

y él llorando su desgracia

gritaba a diario su inocencia

y fue asesinado sin clemencia

por unos reos de alta peligrosidad,

que haciendo eco de su maldad

pidieron les hiciera reverencia,

y él, firme en sus creencias

dijo: “sólo reverencio a Dios”

y entonces de modo atroz

acabaron con su existencia.

Dirás que sufro de demencia

pero sentí envidia de él

que a pesar del trato cruel

y de ser un reo inocente

siempre se mantuvo fuerte

hasta el último día.

Cuentan que en su agonía

con la cara ensangrentada

decía: Yo no hice nada, yo no hice nada.

Y yo aquí con mis culpas acuestas

con una esposa dispuesta

a tramitar mi libertad

siendo esa, tal vez la maldad

mas grande que se me haga,

porque soy alma que triste vaga

acosado por el remordimiento

y un dolor clavado adentro

que ni con la prisión, se paga.

Ya no me quedan palabras

para seguir escribiendo

ya el carcelero va saliendo

y debo entregarle carta

por favor, léela muchas veces

y si al hacerlo te estremeces

me harás un inmenso favor

de dejarme  aquí en prisión

por los años y los meses

de mi sentencia en cuestión.

Solo te pido perdón

y espero no me redimas

porque sé que no escatimas

tus esfuerzos y no hay razón.

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El presidiario presuroso

entregó al celador su misiva

con una risa incisiva

de afanes muy misteriosos.

Su argumento vicioso

tan solo pretender quiere

que aquella mujer se esmere

en sus trámites a la brevedad,

porque ignora la maldad

que esas letras en el  encierro

fueron escritas en desmedro

de su propia integridad.

aprovechando la oportunidad

para así victimizarse

y sin dudas procurarse

su añorada libertad.

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Y ocurrió lo que el preso

sin duda esperaba,

se agilizó el proceso

y su libertad lograba.

Esta historia inacabada

se repite cada día

y esa conducta impía

va socavando los pilares

de tantos grupos familiares

que hoy viven su agonía.

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A este problema tan serio

que padece tanta gente,

solo le queda el cementerio

o la cárcel, nuevamente.

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Autor: Alejandro J. Díaz Valero

Maracaibo, Venezuela