andrea barbaranelli

Noche

El silencio de la noche y las terribles mariposas

que vagan en la noche buscando las flores abiertas,

los perfumes que solo se exhalan en las tinieblas

porque son perfumes aterciopelados, brillantes,

de un negro laqueado, reptantes e insomnes;

los ruidos de la calle que llegan hasta el muro del fondo

y hacen que la calle duela como una herida;

el terror que penetra el sueño de los amantes

y los desvela en arranques furiosos hasta el amanecer

cuando la luz de la ventana los encuentra reconciliados

en el vacío animal que hunde sus cuerpos;

la corriente del tiempo que no se interrumpe

y adquiere la rígida solemnidad de los astros

pero es la misma trivial inadvertida

sensación de desengaño que minuciosamente desgasta.

 

He encontrado en el tiempo algo que me quedó pegado

como una hilacha queda colgando de un traje ya viejo,

una hilacha como una brizna del dolor de los años

acumulativamente acuciándonos, o el rastro

que vamos dejando por el camino del bosque.

 

¿De dónde viene el tiempo que construye

y destruye tu cuerpo: la estructura

mineral de tu esqueleto, tu mirada

de sorprendida luz desvelando

en la piedra insufrible el vuelo detenido?

No quiero saber de tu reciente infancia

ni del oscuro cruce de las corrientes marinas.

 

Contra las marejadas de la luz (en la fría

luz de la orilla, la filigrana de las venas

y la lívida agua que te estremece),

contra las marejadas de los días que vendrán

sin nuestros cuerpos ya desvanecidos,

sin ni siquiera el eco apagado de los pasos

en una habitación que el tiempo habrá borrado,

estamos levantando esta noche sin alba.

Esta noche.