Inexistente

Los laureles son solo sombras.

Los laureles fueron grandes sombras aliadas de los vivos
fueron aquellas pequeñas semillas tendidas en la alfombra,
fueron chavalos e inconmensurables jugarretas,
compendio de llegadas tardes, y sus inexorables tretas.
Aquellos amores y romances abrigados,
dejando a su regazo, sus cariños salpicados,
al cobijo en la sombra, y los pájaros en sus nidos
que anidaron en la mente de transitorios idealistas,
de aquellos irredentos con sus sentires de ensueños;
de los que se crecieron en sus cielos inspirados.
Cada movimiento, cada aliento; con sus raras locuras y empeños
¡Oh! Solo eran tiernos pájaros desequilibrándose en sus ramas
entusiastas dueños de la vida pretendidos.

El predilecto; el laurel de la cruz, basada sobre la piedra de los años,
frontal custodio (en la plaza) de aquella vieja iglesia de tintes coloniales;
con sus luengas raíces a las que llegaron a florecerles hasta sus ojos,
para ver: las esperas, desesperos; los descansos, los abrazos, despedidas.
Idas y venidas de los vivos, y los últimos paseos de los idos.
Debajo del ramal, donde cada hoja era un oído
para escuchar: los saludos, los suspiros, regocijos y sollozos; las palabras de desencuentro;
los rezos, las reconciliaciones y promesas
y a uno que otro cansado de lamentos.

¡Cuántos episodios se llevaron las hojas cada otoño!
Cuando de su asidero desprendieron, para caerse fallecidas y entregando al suelo,
todo aquello que vivieron (hasta casi tomar su propia vida) durante fueron confidentes de los seres.
Efímeras o largas estadías.
Ya no están esos laureles; hoy ya no existen. Lleváronse consigo
todas esas historias por pocos de nosotros conocidas;
mas por muchas que a sus sombras recibieron, callado abrigo.